Mientras el mundo debate sobre impuestos, democracia y derechos, un grupo selecto de multimillonarios en Silicon Valley ha comenzado a invertir en un poder más fundamental: la capacidad de moldear biológicamente a sus futuros hijos. Bajo el disfraz de innovación médica, crece una nueva forma de eugenesia moderna, impulsada por empresas de fertilidad y algoritmos genéticos.
Compañías como Orchid Health ofrecen ya servicios de predicción genética de embriones por $2,500 dólares cada uno, además de los costos de fertilización in vitro (entre $14,000 y $20,000 por ciclo). A cambio, padres potenciales —como Elon Musk o el inversor Peter Thiel— obtienen perfiles genéticos de sus embriones, con “puntajes de riesgo poligénico” que estiman la predisposición a enfermedades como el Alzheimer o el cáncer… e incluso a la inteligencia.
Para los impulsores de este movimiento, como Musk, esto no es solo medicina: es un plan estratégico. Argumentan que el declive de la natalidad es una crisis civilizatoria y que tener más —y mejores— hijos es una forma de salvar el futuro. Así, la tecnología se convierte en una herramienta para consolidar no solo linajes familiares, sino una ventaja genética preestablecida desde el nacimiento.
Una nueva aristocracia genética
Este auge en servicios de edición o selección genética plantea preguntas profundas. ¿Está naciendo una aristocracia biológica basada en la billetera? ¿Puede la riqueza decidir, desde el embrión, quién tiene mejores oportunidades en la vida?
“Los puntajes poligénicos aún no son tan precisos como se publicitan”, advierten científicos. Aunque pueden dar una idea de ciertas predisposiciones, su poder predictivo sobre rasgos complejos como la inteligencia es limitado y altamente dependiente del entorno. Aun así, en Silicon Valley, el afán por diseñar “superbebés” ha comenzado a tomar fuerza.
El vacío legal
El problema es que esta revolución avanza en un vacío regulatorio. No existen lineamientos éticos o normativos claros sobre qué características pueden seleccionarse, qué tan confiables son las predicciones, o qué riesgos implica manipular la genética con fines de mejora.
Y aunque las compañías niegan vínculos con la eugenesia, muchos de sus defensores respaldan lo que llaman una eugenesia liberal: no impuesta por el Estado, sino elegida por padres con poder adquisitivo. Una decisión aparentemente privada, pero con profundas implicaciones públicas.
¿Ciencia o supremacía tecnológica?
Lo que antes era parte de distopías científicas es hoy una realidad silenciosa: la fertilidad convertida en una industria de élite, la genética usada como filtro social, y la política del futuro negociada en clínicas privadas, no en parlamentos.
En palabras de un investigador de bioética: “la verdadera batalla del futuro no será entre clases sociales, sino entre linajes diseñados y linajes naturales”.
Y si la historia algo enseña, es que cada vez que unos pocos han creído poder decidir quién merece nacer con ventaja, las consecuencias no solo son éticamente cuestionables, sino socialmente devastadoras.