Las recientes elecciones intermedias en México han dejado en claro una realidad innegable: la política en nuestro país sigue siendo un juego de poder y conveniencia, lejos de representar verdaderamente los intereses y necesidades de la ciudadanía.

El surgimiento del movimiento “Sí por México” fue presentado como una alternativa ciudadana para contrarrestar el dominio del gobierno obradorista y para buscar un cambio genuino en la Cámara de Diputados. Sin embargo, tras su alianza con los partidos políticos de oposición, especialmente el PRI, PAN y PRD, se reveló como un intento desesperado de mantener el statu quo y preservar los intereses personales de unos cuantos. Es crucial reconocer que este movimiento estuvo liderado por figuras cuestionadas y sin una verdadera comprensión de la dinámica política y electoral del país. Alito, Marko y Zambrano vieron en esta alianza la oportunidad perfecta para mantener su poder y privilegios, sin importarles realmente el bienestar del país o la voluntad popular. Su enfoque estuvo más en las agendas particulares que en una genuina búsqueda de cambio.La estrategia de Va por México fue no solo contraproducente, sino también reveladora de la desconexión de estos partidos con la realidad ciudadana.

La imposición de candidaturas a modo, el descuido en la presentación de propuestas frescas y competitivas, así como la falta de autocrítica y renovación interna, demostraron una vez más que PRI, PAN y PRD no han sabido interpretar el mensaje de las urnas desde 2018. Es evidente que la falta de estructuras sólidas y de una base de votantes comprometida en estos partidos, especialmente en el PRD, es alarmante. Su ausencia total en la estrategia política y electoral es un síntoma claro de su decadencia y eventual irrelevancia. Además, la incapacidad para generar una estrategia presidencial y legislativa competitiva ha llevado al país a un estancamiento político y social.

A pesar de las esperanzas de una recomposición política para el futuro, la perspectiva es desalentadora. La falta de liderazgo y visión en estos partidos hace difícil imaginar una verdadera transformación del sistema de partidos para 2030. La pregunta que queda en el aire es si estamos condenados a otro sexenio perdido y lleno de retrocesos para México.

Las elecciones intermedias de 2021 han sido un recordatorio amargo de la necesidad urgente de una renovación profunda en el panorama político mexicano. La complacencia y la búsqueda de intereses personales por parte de los partidos tradicionales solo han contribuido a perpetuar un sistema desgastado y disfuncional. Si queremos realmente un cambio positivo en nuestro país, es hora de que la ciudadanía exija una verdadera rendición de cuentas y un compromiso real con el bienestar común. De lo contrario, seguiremos atrapados en un ciclo interminable de decepción y estancamiento.

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