El Partido de la Revolución Democrática (PRD) vivió un momento de gloria en 2006. Su candidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador, estuvo a un paso de alcanzar la presidencia de México, quedando a solo puntos porcentuales de Felipe Calderón, del Partido Acción Nacional (PAN), quien gobernó el país durante los siguientes seis años. En ese entonces, el PRD era la segunda fuerza política en un México ya polarizado, y a pesar de la derrota, existía optimismo y un sentido de oportunidad para dominar el panorama político nacional, superando incluso al Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Sin embargo, los sucesos posteriores no fueron favorables para el PRD. En las siguientes elecciones federales, el PRI recuperó la presidencia y el PAN sufrió las consecuencias de doce años de desilusión en el gobierno. El PRD, lejos de lograr su objetivo fundacional de llevar a la izquierda a la presidencia, optó por una estrategia controversial: unirse al Pacto por México, una alianza con el PRI y el PAN impulsada por el entonces presidente Enrique Peña Nieto. Esta decisión generó una fuerte fricción con López Obrador, su figura más emblemática, quien finalmente decidió abandonar el partido y fundar su propio movimiento, Morena.
El resultado de esta jugada fue catastrófico para el PRD. Mientras Morena se consolidaba rápidamente, ganando dos elecciones presidenciales consecutivas con amplias ventajas y obteniendo una mayoría calificada en el Congreso, el PRD comenzó a desmoronarse. Los resultados del conteo rápido del Instituto Nacional Electoral (INE) para las recientes elecciones reflejan la crisis profunda del PRD. Para mantener su registro como partido, necesitan al menos un 3% de los votos, pero apenas lograron un 1.87% en la elección presidencial, y entre un 2.0% y un 3.1% en las elecciones para el Senado y la Cámara de Diputados.
El PRD, que alguna vez gobernó la Ciudad de México con Cuauhtémoc Cárdenas en 1997 y fue una fuerza dominante en estados como Chiapas, Guerrero, Zacatecas, Michoacán y Tabasco, ahora enfrenta la posibilidad de desaparecer. Su alianza con el régimen del PRI, a través del Pacto por México, fue vista como una traición por muchos de sus militantes. Desde su origen en 1988, el PRD había combatido al PRI, y su unión con Peña Nieto, un priista de cepa, fue el punto de quiebre que alienó a gran parte de su base.
La degradación del PRD es un caso de estudio sobre cómo perder relevancia política y desdibujar los principios ideológicos. Al unirse con el PRI y el PAN, el PRD abandonó su identidad y sus propósitos fundacionales, perdiendo la confianza de sus seguidores y el apoyo popular. Hoy, el partido está al borde de la desaparición, enfrentando una realidad que no supieron prever ni corregir.
El futuro del PRD es incierto. Si desaparecen como partido, sus líderes, como Jesús Zambrano y Jesús Ortega, probablemente buscarán nuevos caminos en la política mexicana. Podrían intentar integrarse en otras formaciones opositoras, fundar un nuevo partido político, o incluso buscar refugio en Morena. Cualquier cosa puede suceder, pero el legado de su fracaso es algo que llevarán consigo para siempre. El PRD, que alguna vez estuvo tan cerca de cambiar la historia de México, se encuentra ahora al borde de convertirse en un mero recuerdo.