AFP / Cada día desde el 7 de octubre, los ocho reporteros, fotógrafos, camarógrafos y empleados de la AFP en Gaza, que se vieron obligados a abandonar sus hogares, arriesgan sus vidas para contar la guerra, conviviendo con la muerte, el temor y el agotamiento.
Todos explican cómo ha cambiado su trabajo bajo las bombas, con la muerte omnipresente y el miedo a ser blanco de ataques, pero también su determinación a seguir documentando un conflicto que conmocionó al planeta.
Antes del inicio de esta guerra el 7 de octubre, los periodistas gazatíes de la AFP ya habían cubierto media docena de conflictos.
Desde hace casi 17 años viven bajo el bloqueo del territorio palestino y están acostumbrados a las restricciones para salir de la Franja de Gaza, a las privaciones, a las morgues y a los funerales multitudinarios.
Pero después del ataque de Hamás, que dejó más de 1.160 muertos en territorio israelí, la mayoría civiles, según un balance de la AFP basado en datos oficiales, sus vidas también dieron un vuelco.
“Hacia las 06h00 de la mañana estaba fuera y escuché bombardeos que parecían venir de todas partes”, recuerda Adel Zaanoun, periodista de la AFP en Gaza desde hace 30 años. “Nos preguntábamos si se trataba de bombardeos israelíes o de disparos de cohetes de Hamás”.
“Llamé a todos los compañeros de la AFP para encontrarnos en la oficina (…) Por el camino, llamé a todos los portavoces, de Hamás, de la Yihad Islámica. Todos me dijeron que no sabían nada. Finalmente, uno de ellos me dijo: ‘Las Brigadas Al Qasam [el brazo armado de Hamás] publicarán un comunicado’. Poco después, una declaración de su líder, Mohammed Deif, anunció que había comenzado la operación ‘Diluvio de Al Aqsa'”.
Cuatro meses después, la Franja de Gaza, un territorio de 362 km2, está devastada y la situación humanitaria de sus casi 2,4 millones de habitantes es catastrófica.
Los bombardeos de Israel, que prometió erradicar a Hamás, son implacables. Y el número de palestinos muertos supera los 27.700, según el último balance del Ministerio de Salud del territorio, gobernado por el movimiento islamista desde 2007.
Siempre que es posible, los reporteros, fotógrafos y periodistas de televisión de la AFP acuden al lugar de los bombardeos.
Cuando llegan, se ven confrontados siempre al dolor, la angustia o la ira de los sobrevivientes. También al horror de los cuerpos mutilados, a menudo de niños, que hay que fotografiar, filmar o describir con palabras.
“Si funciona internet, en los grupos de periodistas en WhatsApp hablamos entre nosotros para decirnos dónde ocurrió. Si no hay conexión, tratamos de orientarnos por el ruido y, una vez en el vecindario, la gente nos guía”, explica Mohammed Abed, fotógrafo de la AFP en Gaza desde hace 24 años.
El mero hecho de salir en coche para informar es un desafío.
Con casi dos millones de desplazados, en su mayoría en la ciudad Rafah, en el extremo sur de la Franja, “hay atascos por todas partes”, cuenta.
“Tienes que abrirte paso entre la muchedumbre de desplazados, las tiendas de campaña en medio de la calle, los puestos improvisados y los barrios completamente arrasados, donde no hay más que escombros”, agrega Mohammed Abed.
“Un litro de gasolina puede costar 5 o 6 dólares”, refiere Adel Zaanoun. “Por eso a veces preferimos caminar durante una hora en lugar de ir en coche, porque no sabemos si mañana encontraremos combustible y podría haber un desplazamiento más importante”.
Cuando los reporteros terminan su trabajo, hay que enviar la información y las imágenes a los editores de la AFP en Nicosia, en Chipre, donde está la sede regional de la agencia en Oriente Medio. Allí se verifican de nuevo y se transmiten a los medios de comunicación de todo el mundo.
El envío de la información sería imposible sin el técnico de la AFP en Gaza, Ahmed Eissa, único miembro del equipo que hasta ahora ha podido salir de Gaza, a fines de enero.
En medio del peligro y del caos, logra milagros para evitar los cortes de la red eléctrica e incluso encontró paneles solares para suministrar electricidad al equipo de la AFP y poder recargar las baterías de las cámaras.
- “Gaza desaparece ante nuestros ojos” –
Después de cuatro meses de guerra, el agotamiento es patente.
“Hemos estado trabajando 24 horas al día durante cuatro meses, pero tenemos que hacerlo, porque estamos viendo desaparecer Gaza ante nuestros ojos”, dice Zaanoun.
“Están destruyendo las casas, el patrimonio histórico, caen las víctimas, todo se esfuma bajo los ataques israelíes. Ningún lugar es seguro (…) He visto a niños que salían en medio de un bombardeo para ir a buscar entre la basura con la esperanza de encontrar un pedazo de pan. Tenían grietas en los labios, se veía que no habían bebido durante mucho tiempo”.
Mai Yaghi, que lleva 16 años como reportera en Gaza, también nota el agotamiento y la sensación de impotencia.
Cuando algunos ponían en duda los balances de muertos difundidos en Gaza por Hamás, ella misma acudió a los hospitales para entender cómo el Ministerio de Salud hace el recuento.
Le mostraron en detalle el sistema informático para registrar víctimas, con los muertos de la guerra en una columna y las muertes naturales en otra.
“En nuestro trabajo, vemos todavía más horrores que los demás y contar el sufrimiento es nuestro deber. Pero cuando profundizas en él, te das cuenta de su enormidad y de nuestra impotencia”, comenta.
Cuando empezó la guerra, los periodistas de la AFP tenían la esperanza de que la vida continuara, de que el conflicto no durara. Pero pronto llegaron “el horror y el peligro”, dice Zaanoun.
“Los ataques por tierra, mar y aire se han intensificado. Nunca habíamos visto algo así: el ejército israelí ataca casas con sus habitantes dentro. Y el número de muertos y heridos no ha dejado de aumentar”.
- Sin refuerzos –
Es muy difícil trabajar desde que las fuerzas israelíes ordenaron a los habitantes de Ciudad de Gaza, donde vivían casi todos los periodistas de la AFP, irse hacia el sur del territorio.
El 13 de octubre tuvieron que abandonar sus domicilios y el local de la AFP, que hasta ese momento era uno de los pocos medios internacionales que mantenía una oficina en Gaza.
Tres semanas después, un bombardeo dañó gravemente la oficina, otro duro golpe para el equipo, que la consideraba como su segundo hogar.
La cámara que la AFP tenía instalada en un balcón del edificio y transmitía imágenes en directo a todo el mundo desde el comienzo de la guerra captó el sonido de la explosión. Pero unos días después dejó de funcionar.
El aislamiento exacerba el agotamiento. Desde que el 9 de octubre Israel puso a la Franja de Gaza bajo “asedio completo”, los periodistas gazatíes de la AFP están más solos que nunca.
A diferencia de las guerras anteriores, no pueden venir otros periodistas de Jerusalén ni de ninguna otra oficina de la AFP en el mundo para echarles una mano. Es difícil incluso mantener el contacto telefónico diario con sus compañeros en Jerusalén.
Por eso se sienten atrapados. Por el momento, y a pesar de todos los esfuerzos de la AFP, las autoridades israelíes no han permitido salir de Gaza a ningún periodista de la agencia.
- “Los compañeros mueren ante tus ojos” –
La sensación de peligro es cada vez más grande a medida que aumenta el número de periodistas gazatíes muertos en los bombardeos.
Según cifras del 7 de febrero del Comité de Protección de Periodistas (CPJ), 85 periodistas y profesionales de los medios de comunicación han muerto en la Franja de Gaza desde el 7 de octubre.
“Un día hubo un bombardeo que se llevó a varios compañeros, yo estaba cerca”, relata Adel Zaanoun.
“Imagínate que tus amigos, tus compañeros de trabajo mueren ante sus ojos, que te despierta el estruendo de un enorme bombardeo, que ves restos humanos volando en todas direcciones. Imagínate que estás en una tienda de campaña y una tonelada de arena y polvo cae sobre tu cabeza”.
“Todos sabemos que en cualquier momento nos puede tocar (…) Nuestras familias también lo saben. Están aterrorizadas. Cuando el teléfono funciona, nuestras esposas, nuestros hijos nos llaman continuamente para saber dónde estamos, qué estamos haciendo. Nos dicen que no tardemos en volver con ellos, que tengamos cuidado. Porque saben que vamos a todas partes, al corazón de la muerte, con la esperanza de que nosotros sí la evitaremos”.
Desde que el ejército israelí dijo a la AFP que no podía “garantizar la seguridad” de los periodistas de la agencia en la Franja de Gaza, estos se sienten amenazados por el simple hecho de ser periodistas.
“Llevar un chaleco antibalas con la palabra PRESS no nos protege, estamos en peligro de muerte en cualquier momento”, dice Mohammed Abed.
Yahya Hassouna, un camarógrafo que trabaja en Gaza para la AFP desde 2009, estuvo muy cerca de la muerte en octubre, en Ciudad de Gaza.
“Los residentes nos dijeron que les habían advertido que su edificio iba a ser bombardeado. Varios camarógrafos nos quedamos en el porche del edificio de enfrente. Como el bombardeo no llegaba, me fui. Pero unos minutos después, el edificio donde estaban los periodistas se convirtió en objetivo. Murieron tres compañeros”, recuerda.
El temor a ser blanco de ataques es aún mayor porque algunos acusan a los periodistas de ser cómplices de Hamás o incluso de haber sido informados del ataque del 7 de octubre antes de que ocurriera.
Unas acusaciones que la dirección de la AFP califica de “infamantes y difamatorias” y que parecen todavía más fuera de lugar dado el modo en que los periodistas de la agencia en Gaza trabajan desde hace años en estrecha colaboración con sus colegas en la oficina de Jerusalén.
“Por mucho que nos acusen de parcialidad, somos profesionales, seguimos en contacto con la oficina de la AFP en Jerusalén y seguimos siendo periodistas, incluso cuando los que están bajo las bombas son nuestros vecinos, nuestros amigos y nuestros familiares “, afirma Mohammed Abed.
La oenegé Reporteros sin Fronteras presentó dos denuncias contra el ejército israelí por presuntos crímenes de guerra contra periodistas palestinos.
Un informe del Comité de Protección de Periodistas publicado antes del 7 de enero, cuando dos periodistas de Al Jazeera murieron en un bombardeo, denunció “una aparente tendencia del ejército israelí a atacar a los periodistas y a sus familias”.
El 1 de febrero, cinco expertos independientes, relatores de las Naciones Unidas en Ginebra, también denunciaron los “ataques” a los medios en Gaza y una “estrategia deliberada” de Israel para silenciar a los periodistas.
La mayoría de los dueños de apartamentos se niegan a alquilarlos a periodistas, por temor a que bombardeen su edificio. La consecuencia es que, para alojar a sus familias, los periodistas a veces tienen que pagar alquileres cinco veces más altos que los demás.
- Contactos con ambos bandos –
Las sospechas de apoyo a Hamás parecen tener su origen en el hecho de que los periodistas de Gaza están en contacto regular con algunos de sus miembros.
Pero estos contactos son inevitables, explica Adel Zaanoun.
Todos los días, tanto el gobierno israelí como Hamás, en el poder en Gaza desde 2007, anuncian operaciones, amenazas, balances de muertos.
Y la AFP solicita sistemáticamente una reacción del otro bando, condición esencial para producir una información equilibrada e imparcial.
“En Gaza somos pocos periodistas y tampoco hay muchos altos cargos, es un pequeño mundo en el que todos terminamos conociéndonos”, dice Zaanoun, que empezó a trabajar en la Franja de Gaza cuando esta estaba gobernada por el Fatah de Yaser Arafat.
En cambio no hay ningún contacto con el brazo armado de Hamás, porque sus miembros “solo se expresan mediante comunicados”, dice.
Lo mismo ocurre en cualquier otro lugar del mundo: los periodistas de la AFP tienen que estar en contacto con las autoridades de las zonas que cubren, manteniendo una distancia imprescindible para el ejercicio del periodismo independiente, de acuerdo con los principios de objetividad e imparcialidad consagrados en los estatutos de la agencia.
- “Nos quedamos sin lágrimas” –
Las sospechas de complicidad ponen a prueba los nervios de los periodistas. Sobre todo porque, como todos los habitantes de Gaza, viven en condiciones cada vez más difíciles.
Desde que abandonaron sus casas en octubre, a veces duermen en sus coches o en tiendas de campaña instaladas en el patio del Hospital Naser, en la ciudad de Jan Yunis, en el sur.
De momento los periodistas de la AFP en Gaza y sus familias están instalados en Rafah. Cuando no están trabajando, se pasan horas buscando agua potable o comida, o lavando a mano la poca ropa que se pudieron llevar, muchas veces cubierta del polvo de los escombros.
“Nunca estoy segura, ya no duermo, no como lo suficiente, no puedo lavarme; por el momento, nos contentamos con una ducha helada a la semana, aunque afuera hace mucho frío. Incluso para ir al baño tienes que organizarte”, cuenta Mai Yaghi.
“Ahora mi mayor sueño sería tener una hora, solo una hora, en la que estar sola, sin oír a nadie, sin bombardeos, sin el zumbido de drones. Una hora con un cigarrillo y un café”.
La reportera perdió vecinos, amigos, parientes, pero no quiere ceder a las emociones.
“No puedo dejarme llevar por la tristeza, porque de lo contrario me derrumbaría por completo y no puedo, tengo responsabilidades, tengo que mantenerme fuerte. Tengo que guardar las apariencias, fingir que todo está bien para tranquilizar a quienes nos rodean, encerrados en Gaza, o a quienes nos quieren, fuera de aquí”.
“Literalmente nos hemos quedado sin lágrimas”, dice Mohammed Abed.
“Ahora trabajo como un robot. Salgo y aprieto el botón [de la cámara fotográfica]. Después de tantos sobresaltos, tantas lágrimas y tanto duelo ya no veo nada. Cuando tengo un momento para sentarme en una silla o acostarme en un colchón la película del día vuelve a aparecer ante mis ojos. Estamos todo el rato a flor de piel porque, además de todo esto, no comemos mucho y bebemos agua mala”.
“Todos los periodistas padecen TEPT”, trastorno por estrés postraumático, dice Yahya Hassouna.
“En Gaza, si alguien te dice que está bien, puedes estar seguro de que está mintiendo. Todo lo que hemos visto, todo lo que hemos filmado, nos quedará grabado para siempre, nunca lo olvidaremos”.
- Pensando en los seres queridos –
Para todos ellos, la distancia con sus seres queridos es insoportable.
Adel Zaanoun no deja de pensar en su madre y en sus hermanos, que no pudieron salir de Ciudad de Gaza.
Para Mai Yaghi, “lo más difícil” fue tener que dejar que su hijo Jad, de 11 años, saliera solo de la Franja. Su hija mayor se fue justo antes de la guerra para estudiar en el Reino Unido, donde todavía se encuentra.
Cuando estaba de camino hacia la frontera egipcia, cuenta la reportera, “solo pensaba en una cosa: mi hijo tiene que irse, nos reuniremos más tarde. No dejaba de decirle: ‘Eres fuerte, estarás a salvo con los diplomáticos que te evacuarán a ti, a tu padre y a tu tía que te esperan en El Cairo'”.
“Al principio, se negó a irse sin mí. Le decía que todo me iría bien, pero no me creía. Me abrazó como si fuera la última vez. Me hizo jurar que estaría bien y que nos reencontraríamos. Eso fue hace más de dos meses. Y ahora solo quiero una cosa: abrazar a mis hijos de nuevo”.