Lo que parecía un simple rediseño de imagen terminó convirtiéndose en una tormenta mediática que puso en el centro de la conversación a Cracker Barrel, la cadena estadounidense de restaurantes que buscaba modernizarse y atraer a nuevas generaciones de clientes.
La marca presentó un logotipo simplificado en el que desaparecía la figura del “Tío Herschel” —también conocido como el Viejo— que desde 1977 acompañaba al nombre de la compañía. El cambio parecía discreto, pero en cuestión de horas provocó la indignación de voces conservadoras en redes sociales, incluidas las de Donald Trump Jr. y del activista Robby Starbuck, quienes calificaron la decisión como un ataque a la tradición.
El propio expresidente Donald Trump intervino desde su red social, instando a Cracker Barrel a regresar al logotipo original y aprovechar la polémica como una oportunidad de publicidad gratuita. La presión fue tal que la empresa cedió y anunció que mantendría al Viejo en su identidad visual.
Paradójicamente, la controversia dio visibilidad a una marca que en los últimos años había pasado inadvertida. El valor bursátil sufrió una caída inicial, pero pronto se estabilizó, y la atención mediática le otorgó un impulso inesperado.
Cracker Barrel, que facturó 3,400 millones de dólares en su último ejercicio fiscal con ganancias por debajo de lo esperado, enfrenta aún un desafío mayor: lograr que su imagen no solo atraiga a clientes fieles, sino también a nuevas generaciones. El futuro de la cadena dependerá de si logra transformar su propuesta más allá de un logotipo que, contra todo pronóstico, se convirtió en símbolo de identidad y resistencia cultural.