Rebeca Andrade, enfundada en un maillot verde brillante, y consciente de que sus maltrechas rodillas quizás no le dejen repetir muchas más rutinas olímpicas de suelo, la paulista, de 25 años, se había dejado el alma en el practicable.

Su artístico ejercicio, donde suenan acordes de la canción funk “Baile de Favela”, le valió un 14,166, que acabaría siendo de oro. Los jueces le dieron a Biles un 14,133 que le daría una plata para cerrar su cosecha en París y elevar a once su balance total olímpico (siete oros, dos platas y dos bronces).

Los focos eran entonces para una exultante Andrade, que tras más de una semana de solvente competición en París -con un bronce histórico por equipos con Brasil y dos platas-, tuvo al fin su recompensa dorada.

El segundo oro olímpico para Andrade, que se suma a su triunfo en salto de hace tres años en Tokio, llevó al delirio a la animada hinchada verdeamarilla, que llevaba una semana esperando para cantar, al fin, su himno en el Arena Bercy.

Gimnasta histórica para su país, Andrade subió al podio con sus compatriotas gritándole “¡Rebeca, Rebeca!” y recibida por la reverencia de Jordan Chiles, bronce, y Biles, que siempre ha señalado a la brasileña como su rival más temida.

Con un balance total de seis podios olímpicos, la paulista volvió a hacer historia al convertirse en la mayor medallista olímpica de su país.

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