En la historia de muchos países, la lucha por el poder ha sido una constante, alcanzada ya sea por medios democráticos o a través de golpes de Estado. América Latina no es la excepción, con una frecuencia elevada de golpes militares en las últimas décadas, especialmente durante la Guerra Fría. Países como Paraguay, Bolivia, Brasil, Perú, Ecuador, Chile, Argentina, Venezuela, Honduras, Nicaragua, El Salvador y Haití han sido testigos de estos eventos, donde grupos militares utilizan su control sobre las armas y tropas para desafiar al poder legítimo.
Esta semana, Bolivia vivió una crisis tras el intento de golpe de Estado denunciado por el presidente Luis Arce. Un mensaje en redes sociales alertó sobre una “movilización irregular de tropas”, generando pánico en la población, que acudió en masa a mercados, estaciones de gasolina y bancos. La crisis duró tres horas, culminando con la detención del general Juan José Zuñiga, quien afirmó que Arce le había solicitado “hacer algo” para levantar su popularidad. Esta declaración fue desmentida por el ministro de gobierno, Eduardo del Castillo, quien afirmó que la versión de Zuñiga carecía de veracidad.
Aunque Arce obtuvo rápidamente respaldo internacional y el apoyo de sindicatos y partidos opositores, la credibilidad del supuesto golpe militar se erosionó en poco tiempo. Según el analista político Franklin Pareja, la crisis surgió en un momento difícil para Arce, con problemas económicos, escasez de combustible y disputas internas en su partido, afectando su popularidad y gobernabilidad.
Bolivia, desde su fundación en 1825, ha sido escenario de múltiples golpes de Estado, dictaduras y gobiernos inestables, con un promedio de un gobierno cada veinticinco meses en sus 180 años de independencia. El reciente evento, según algunos, podría ser una simulación para aumentar la aceptación del presidente.
En contraste, México ha mantenido una estabilidad en cuanto a la lealtad militar al presidente. El último golpe de Estado registrado en el país fue en 1913, cuando Victoriano Huerta derrocó a Francisco I. Madero, un hecho que desencadenó la Revolución Mexicana. Desde entonces, han pasado 110 años sin levantamientos armados por parte de los cuerpos militares.
Recientemente, el presidente López Obrador mencionó la posibilidad de un golpe de Estado técnico por parte de la oposición, acusándolos de intentar desestabilizar las elecciones del pasado 2 de junio. Sin embargo, la historia demuestra que los políticos en México confían en la lealtad del Ejército, la Fuerza Aérea y la Marina Armada. Esta confianza se ha consolidado a lo largo de 110 años sin levantamientos militares.
A pesar de la naturaleza humana y sus posibles ambiciones, las condiciones actuales del Ejército y la Marina, empoderados por el presidente López Obrador, podrían presentar un desafío para futuros gobiernos. Con responsabilidades ampliadas y presupuestos financieros sin precedentes, existe la posibilidad de que surjan ambiciones de poder dentro de sus altos mandos.
Será necesario un arduo trabajo de convencimiento y negociación del próximo gobierno para que estas instituciones regresen al marco legal que les corresponde según la Constitución. La administración de la 4T ha encontrado en el apoyo del Ejército y la Armada un brazo operativo eficaz y disciplinado. Sin embargo, en seis años, la red de intereses al interior de estas instituciones puede haber avanzado sin objeciones desde Palacio Nacional.
El mensaje es claro: aunque México ha disfrutado de un siglo de lealtad militar, no hay garantías de que la ambición de poder no se apodere de algún alto mando, llevando a la 4T a enfrentar una posible rebelión.