Por Carlos Silva, La lengua de Dante.
Quiso la voluntad de unos cuantos hombres, los varones del conservadurismo, algunos de aquellos que se mostraron tan entusiastas en aquel lejano 1863 cuando otros iguales que ellos, acudieron a Miramar a ofrecerle al joven archiduque, una corona que bien sabían que no existía, pero que también añoraban, que Querétaro fuera el punto en donde se sellara el destino del joven monarca.
En aquel momento, en el lejano 1863, el joven Habsburgo, ambicioso por su parte, a la vez que inocente, no reparó en aquel detalle de una corona inexistente, lo cual le pareció una nimiedad y aceptó venir a un país al que no conocía ni siquiera por los almanaques de la época.

Por su parte, aquellos mismos hombres a los que al final de su imperio Maximiliano dio por llamar “viejas pelucas” son los que habían decidido donde habría de terminar el imperio con el que alguna vez soñaron y Querétaro fue la ciudad elegida.
Así, a finales de 1866 habían determinado que los últimos enfrentamientos tuvieran lugar fuera de la Ciudad de México, para ocasionarles los menos problemas y bien pronto convencieron de ello a Maximiliano, que ya no estaba en condiciones de tomar las mejores decisiones para su gobierno que agonizaba luego de que Francia le retirara su apoyo a fin de prepararse para la guerra que ya se anunciaba contra Prusia.
De tal forma, los primeros días de 1867 Maximiliano y los suyos, se preparaban para marchar rumbo a Querétaro, lugar que el Habsburgo creyó que solo sería un lugar de paso, pues ahí se encontraría con sus bizarros generales Miramón y Mejía y desde donde pensó que saldrían al paso de los republicanos, ya fuera rumbo a San Luis Potosí para hacerle frente al ejército del norte comandado por Mariano Escobedo, o bien,, rumbo al Bajío para enfrentar a los ejércitos comandados por Ramón Corona y Nicolás Régules.

Por lo pronto, había que tomar distancia de aquellos conservadores que se parecían tanto a los hombres del imperio de su hermano, ese imperio del que, entre otras razones, también venía huyendo. Querétaro, la ciudad que Maximiliano no entendía porque no le gustaba a Conchita, la esposa de su valiente general Miramón y hasta aquí llegaría el triste emperador, luego de que aquellos “viejas pelucas” había decidido deshacerse de él.