La banda mexicana deleita a sus fieles en el Wizink

abc.es / La escena empieza en Sinaloa, México. Una camioneta gris cruza el desierto, dejando a su paso una nube de arena que cubre el horizonte. En el maletero, ancho y descubierto, varios hombres se aprietan. Van al Norte, en busca de promesas y el sueño, quizá infundado, de una vida mejor. La radio suena mal, la señal se pierde a menudo y lo poco que se escucha es la melodía de un hombre nostálgico que añora el calor del hogar y la paz de su cama, y a su mujer, y a sus hijas. En una curva ciega que bordea un risco, son asaltados. Hay ráfagas de metralla y vuela la sangre. Horas después, cuando cae la noche, aúllan tres coyotes.

A un océano de distancia, el Wizink es fiesta. En los aledaños, sombreros de ala ancha, botas de tacón y vaqueros excesivamente ajustados forman una fila errática. Yo espero feliz y paciente, extranjero en mi ciudad, con el QR en la mano. A mi alrededor, la diáspora: México, Colombia, Honduras, El Salvador, Ecuador…

Dentro, y vamos al lío, esperan los Tigres del Norte, banda mexicana de corridos y rancheras que vuelve a Madrid tras 14 años de hiato. La suya es la música del sudor, de la lucha y de la calle, bañada en una aura de ambiguo misticismo lírico que ha obligado al sistema a inventar el concepto de narco-corrido.

Arrancan con ‘La camioneta gris’, un tema de manual que sienta la tónica de la noche: ritmos binarios (‘4/4’), una acentuación constante de la «contra» -ese instante entre pulsos rítmicos- y muy buenas letras. Sin respiro, ‘Pacas de a kilo’, otro corrido clásico que introduce un par de ráfagas de metralleta como efecto dramático. Tras un breve saludo, disparan ‘Mi buena suerte’ y la diáspora canta.

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