El 11 de septiembre de 2001, cuando Nueva York vivía el caos tras los atentados contra el World Trade Center, Sylvia Bloom, entonces de 84 años, recibió la recomendación de volver a casa. Sin dudarlo, se subió a un autobús.
“No a un taxi; a un autobús”, recuerda su sobrina y albacea, Jane Lockshin, un gesto que, para quienes la conocieron, ilustraba su carácter: austero, pragmático y sin extravagancias, pese a la fortuna millonaria que había acumulado a lo largo de su vida.
Bloom trabajó durante 67 años como secretaria en la firma de abogados Cleary Gottlieb Steen & Hamilton, en Wall Street. Con un método tan simple como ingenioso, replicaba las inversiones de los abogados para los que trabajaba: si su jefe pedía comprar mil acciones de AT&T, ella llamaba a su propio corredor y adquiría cien. Así, de a poco, fue amasando una fortuna que mantuvo en secreto hasta su muerte en 2016.
Una vida discreta, una herencia enorme
Hija de inmigrantes de Europa del Este, nacida en Brooklyn en 1919 y marcada por la Gran Depresión, Bloom trabajó mientras estudiaba en clases nocturnas. Se casó con Raymond Margolies, bombero y después maestro, y vivió con él en un modesto apartamento de alquiler hasta su fallecimiento en 2002.
Cuando Lockshin revisó las cuentas de su tía, se llevó una sorpresa mayúscula: más de 9 millones de dólares en activos.
“Fue un momento de ‘¡oh, dios mío!’”, recuerda. “Sabía que quería dejar su dinero a obras benéficas, pero no tenía idea de cuánto sumaba su patrimonio”.
Bloom había decidido donar 6,24 millones de dólares a Henry Street Settlement, una organización del Lower East Side de Nueva York dedicada a apoyar a jóvenes de escasos recursos. La suma fue la donación individual más grande en los más de 125 años de historia de la institución. Otros 2 millones de dólares se repartieron entre distintas organizaciones de beneficencia.
Becas que transforman vidas
Con su donación se creó el Fondo de Becas Bloom-Margolies, que ofrece apoyo integral a estudiantes desde el noveno grado hasta su graduación universitaria. El programa incluye orientación académica, preparación para exámenes estandarizados, visitas a campus y tutorías, con la meta de que cada participante obtenga su título universitario.
“El tamaño de la donación permitió crear un fondo de dotación, de modo que los intereses financien becas de forma permanente”, explica Henry Street Settlement.
El legado de una vida sencilla
Quienes la conocieron la describen como inteligente, analítica, paciente, modesta y de humor agudo. Nunca se jactó de su dinero ni llevó un estilo de vida ostentoso, aunque disfrutaba de los viajes, la ópera y ocasionales visitas a Las Vegas para ver a Elvis, su artista favorito.
Cuando en 2018 le preguntaron a su sobrina cómo habría reaccionado ante la atención mediática, respondió:
“Se avergonzaría. Lo odiaría, pero aceptaría que toda esta atención beneficia a las organizaciones que ella quiso apoyar”.
El legado de Sylvia Bloom no está en una gran mansión ni en lujos visibles, sino en la oportunidad que cientos de jóvenes neoyorquinos tienen hoy de estudiar gracias a su discreta pero poderosa generosidad.