Barcelona / A Raphael no se le aplaude: se le ovaciona. Cada final de canción activa una liturgia que parece un bis perpetuo, con el público en pie y el artista amagando una salida lateral, como si el concierto hubiese terminado. Es un pacto tácito con sus fans: recordar que cada instante es irrepetible y que cada canción podría ser la última.
Nada más lejos de una despedida fue lo vivido anoche en el Palau Sant Jordi, donde 6 mil 200 almas entregadas confirmaron que, a sus 82 años, Raphael sigue diciendo “hola de nuevo”. Hace un año, tras una segunda resurrección vital por problemas de salud, el concierto ya estaba agendado y pendía la duda de su cancelación. Él nunca quiso suspenderlo. Apostó por la recuperación y hoy lo cumple, tras seis meses de regreso a los escenarios, incluido un lleno reciente en Madrid.
El espectáculo “Raphaelísimo” arrancó puntual, a las 20:30, con una decena de músicos que entendieron su papel: cederle todo el foco al genio. Solo un detalle rompía la épica: una silla de oficina que utilizó en cuatro temas, recordatorio de la edad y, a la vez, metáfora perfecta de que el escenario es su lugar de trabajo.
El público ya estaba en pie cuando apareció. No hubo discursos entre canciones; Raphael dejó que cantara su voz. Abrió con “La noche” y siguió con “Yo sigo siendo aquel”, declaración de principios: “eterno solitario, detrás de un escenario, y propiedad un poco de todos”.

Llegaron el jolgorio con “Digan lo que digan” y la infalible “Mi gran noche”, y también “El tamborilero”, recordando que Raphael fue dueño de la Navidad mucho antes de que existiera Mariah Carey como ritual anual. Hubo homenaje a la chanson francesa —Edith Piaf mediante— con “Padam Padam”, “La vie en rose” y “Himno al amor”, y luego el salto a Argentina con tangos como “Malena” y “Que nadie sepa mi sufrir”.
En el ecuador, “Gracias a la vida” sonó a confesión íntima sobre su momento vital y artístico. No faltó “Hablemos del amor”, guiño a Eurovisión, ni la muy celebrada por sus fieles “Estar enamorado es”.
Para el cierre, un carrusel de clásicos que desatan catarsis colectiva: “Qué sabe nadie”, “Yo soy aquel”, “Escándalo” y “Como yo te amo”. Despechos, orgullo herido y una reivindicación absoluta del amor.
Menos bailarín que en otras visitas, pero igual de intenso, Raphael sigue exprimiendo gestos dramáticos y esa alma de folclórica que lo define. Son seis décadas sobre los escenarios del Divo de Linares, que insiste en no concebir una gira de despedida. Y lo demuestra: 2026 ya viene cargado de fechas en España, México y Estados Unidos.
Qué sabe nadie cuántas ovaciones le quedan a Raphael. Pero anoche, en Barcelona, dejó claro que aún no son pocas.






