En la prisión de Evin, en Teherán, donde está encarcelada la ganadora de este año del Premio Nobel de la Paz, Narges Mohammadi, la mayoría de las presas políticas entonan cantos revolucionarios desde el inicio del movimiento “Mujer, Vida, Libertad”, cuenta la investigadora franco-iraní Fariba Adelkhah, recientemente liberada.
La protesta nacida en septiembre de 2022 tras la muerte de la joven kurda Mahsa Amini, de 22 años -tres días después de su detención por incumplimiento del código de vestimenta de la República Islámica-, “cambió a la sociedad iraní, así como a las cárceles”, estima la investigadora, entrevistada por la AFP.
Durante meses se produjeron manifestaciones masivas, sangrientamente reprimidas, contra dirigentes políticos y religiosos iraníes. Cientos de manifestantes fueron abatidos y miles detenidos, según las oenegés.
En el pabellón de mujeres de la cárcel de Evin están detenidas activistas de derechos humanos, ecologistas, sindicalistas, opositoras políticas y representantes de minorías religiosas, a menudo con posiciones divergentes.
Pero “nos unimos por esta causa”, cuenta Adelkhah, de 64 años, antropóloga especialista de temas relacionados con Irán.
La académica fue detenida el 5 de junio de 2019 en el aeropuerto de Teherán, donde esperaba a su pareja Roland Marchal. Agentes bien vestidos la invitaron “respetuosamente” a seguirlos y horas más tarde comenzó su primer interrogatorio, con el rostro “frente a una pared”.
Le seguirán muchos otros, durante los cuales nunca le golpearon, asegura.
“Los golpes para obtener confesiones ocurren a menudo con los [detenidos] hombres, pero durante mi detención nunca oí decirlo sobre una mujer”, explica.
Sin embargo, “la ausencia de violencia física no impide constantes humillaciones psicológicas”, añade.
Finalmente fue condenada a seis años de prisión, cinco por “colusión con el extranjero” y uno por “propaganda contra la República Islámica”.
- Inútil esfuerzo por respetar “líneas rojas” –
Adelkhah fue indultada en febrero tras cumplir más de tres años y medio de reclusión o arresto domiciliario con brazalete electrónico. Ocho meses después, Teherán le devolvió su pasaporte y regresó a Francia.
Marchal, investigador especializado en África -detenido el mismo día que ella-, fue liberado en marzo de 2020 en un intercambio de detenidos entre Teherán y París.
“Todavía no entiendo lo que se me reprochaba”, indica la franco-iraní con su cálida sonrisa, que los años “pasados detrás de un muro” y una huelga de hambre de 50 días no conseguieron borrar.
Francia utilizó varias veces el término “rehenes de Estado” para referirse a personas en su situación.
En su trabajo en Irán, la investigadora afirma haberse atenido a respetar “tres líneas rojas”: “la revolución, el islam y el estatuto del guía supremo”, cuestiones sumamente sensibles que le valieron algunas acusaciones de complacencia con el régimen, algo que ella refuta.
Pero “el régimen criminaliza acciones que no lo son”, destaca.
La rebelión “Mujer, Vida, Libertad” cambió las cárceles, dice.
En Evin, las presas podían llevar la cabeza descubierta cuando estaban entre ellas y debían cubrirse si un hombre entraba o si iban al hospital.
Pero esde el inicio del movimiento, casi “nadie lleva velo” si un hombre irrumpe en el lugar, detalla.
El miércoles por la noche, la familia de la Nobel de la Paz 2023 aseguró que se la privaba de atención médica a pesar de problemas cardíacos y pulmonares, debido a su negativa a cubrirse la cabeza.
En un mensaje publicado en el sitio internet del Premio Nobel el martes, Mohammadi describió el hijab obligatorio como “la principal fuente de control y represión en la sociedad”.
Detenida en trece ocasiones, condenada cinco veces a un total de 31 años de prisión y 154 latigazos y encarcelada nuevamente en 2021, Mohammadi convirtió a la prisión en “un espacio de combate”, desde el cual “es más escuchada que cuando está fuera”, observa Adelkhah.
La investigadora aún estaba en Irán cuando su excompañera de celda recibió el Nobel de la Paz.
Recuerda “sonrisas” en la calle y cierta “ligereza”, subraya.
“Ahora, cuando las mujeres sin velo se encuentran en la calle, lo que antes era impensable, se dicen: ‘¡Qué bella eres!’, cuenta.