La obesidad ya no es una preocupación meramente individual; se ha transformado en una crisis global de salud pública con implicaciones económicas y sociales devastadoras.
Mientras la Organización Mundial de la Salud (OMS) y las Naciones Unidas (ONU) alertan sobre cifras alarmantes, la industria de alimentos y bebidas ultraprocesados sigue registrando ganancias récord. Para muchos expertos, se trata de un conflicto de intereses que antepone el beneficio económico a la vida humana. ¿Hasta cuándo el llamado “punto de la felicidad” en nuestros alimentos será la fórmula secreta para enriquecer a las grandes compañías y enfermarnos a todos?
Cifras de alarma: más de mil millones de personas con obesidad
Los datos más recientes de la OMS son contundentes: en 2022, más de mil millones de personas en todo el mundo padecían obesidad. Desde 1990, su prevalencia se ha duplicado entre adultos y cuadruplicado entre niños y adolescentes. Este fenómeno refleja un doble drama: la persistencia de la desnutrición junto al auge del sobrepeso.
La obesidad es hoy un factor de riesgo crucial para enfermedades como la diabetes, los padecimientos cardiovasculares, la hipertensión y varios tipos de cáncer. El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha enfatizado que prevenir y tratar la obesidad exige cooperación entre gobiernos y sector privado, pero también responsabilidad empresarial por el impacto sanitario de sus productos.
La adicción diseñada: el “punto de la felicidad”
El mercado alimentario actual está dominado por productos científicamente diseñados para generar adicción. Los alimentos ultraprocesados, principales causantes de la obesidad según la ONU, se formulan en laboratorios para lograr el llamado “punto de la felicidad” (bliss point): una mezcla precisa de azúcares añadidos, grasas y sodio que activa el sistema de recompensa del cerebro y anula la sensación natural de saciedad.
Esta manipulación química impulsa el consumo excesivo y ha convertido la alimentación moderna en una trampa metabólica. De hecho, los malos hábitos alimentarios causan hoy más muertes que el tabaco, las drogas y el sexo inseguro combinados, según la evidencia científica citada por organismos internacionales.
La fórmula del enriquecimiento: cuerpos enfermos, cuentas sanas
Mientras la OMS y UNICEF promueven políticas de regulación —como impuestos a bebidas azucaradas, etiquetado frontal y límites a la publicidad infantil—, las grandes corporaciones alimentarias siguen multiplicando sus ganancias.
La OCDE advierte que las enfermedades vinculadas a la obesidad podrían reducir el PIB de sus países miembros en un 3.3 % anual en las próximas décadas. Es un ciclo perverso: las empresas se enriquecen con productos que enferman, y los Estados cargan con los costos médicos de esas mismas enfermedades.
El desafío regulatorio: blindar la salud pública
La solución exige más que campañas de concientización. UNICEF ha urgido a los gobiernos a establecer marcos legales sólidos que protejan las políticas públicas de la injerencia corporativa.
Solo un compromiso político firme, acompañado de medidas fiscales disuasorias y una regulación estricta del marketing alimentario, especialmente el dirigido a la niñez, permitirá frenar esta epidemia manufacturada.
La lucha contra la obesidad es, en última instancia, una batalla por la soberanía sanitaria y por el derecho a una alimentación que nutra, no que enferme. La información, la regulación y la responsabilidad social son hoy las únicas armas eficaces frente al poder del “punto de la felicidad”.




