Durante siglos, el patriarcado ha subestimado las capacidades intelectuales y físicas de las mujeres, relegándolas a un papel secundario en la sociedad. Expresiones como “las mujeres deben guardar siempre la casa y el silencio” o “calladita te ves más bonita” perpetuaron estereotipos que las excluyeron de los círculos del conocimiento. En el campo de la lingüística, esta exclusión fue particularmente devastadora, ya que muchas mujeres quedaron fuera del canon y sus contribuciones se desvanecieron en la historia.

La disciplina lingüística ha sido escrita en masculino plural, lo que obligó a las lingüistas a superar enormes barreras para obtener reconocimiento. No solo enfrentaron la escasez de recursos educativos y la falta de modelos femeninos en los que inspirarse, sino también la indiferencia hacia sus trabajos, lo que llevó a que muchas de sus obras fueran ignoradas y olvidadas. Como prueba de esta exclusión sistemática, el BICRES V (1861-1899), uno de los principales catálogos bibliográficos de la lingüística, apenas menciona a veinte mujeres entre más de 2,000 autores.

Sin embargo, el siglo XIX marcó un cambio gradual. A medida que las mujeres lograban mayor participación en la sociedad, muchas de ellas encontraron un camino en la educación, lo que les permitió innovar en la enseñanza del lenguaje. En el marco del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, es fundamental recuperar la historia de tres pioneras de la lingüística que desafiaron las adversidades y dejaron una huella indeleble en el campo.

Catarina Farías: la maestra de Durango En el siglo XIX, Catarina Farías se convirtió en una de las primeras maestras del estado de Durango, México. Impartió clases en escuelas públicas y privadas, y fundó una en su propio hogar. Como defensora de la educación, luchó junto a figuras como Rosaura Revueltas, Juana Villalobos y Hermila Galindo por la igualdad en la enseñanza, la política y la cultura. Sus aportes incluyen el Método de lectura progresiva (1891) y el Compendio de gramática castellana (1896), dos obras fundamentales en la educación lingüística mexicana.

María Aurelia Bórquez: innovadora en la enseñanza del español A finales del siglo XIX, en un contexto donde los movimientos feministas cobraban fuerza en Estados Unidos, María Aurelia Bórquez encontró su espacio en un prestigioso Club de Mujeres en Los Ángeles, donde enseñaba español. Rompiendo con los métodos tradicionales de repetición de reglas gramaticales, diseñó materiales pedagógicos innovadores basados en cuentos, fábulas y leyendas mexicanas, promoviendo un aprendizaje contextualizado. Su obra Elementary Spanish Reader – Cuentos fáciles ilustrados (1917) incorporó imágenes para mejorar la comprensión, facilitando el aprendizaje del español como lengua extranjera y conectando culturas.

Dolores Montaner: una maestra de La Mancha Nacida en Ciudad Real, España, en 1855, Dolores Montaner desempeñó un papel crucial en la educación de Toledo como directora de un centro de enseñanza superior. Asistía a congresos y reuniones especializadas para mejorar sus métodos didácticos. Su producción pedagógica es amplia, abarcando desde manuales de gimnasia y aritmética hasta gramática. Sus obras Nociones elementales de aritmética, higiene y gramática castellana (1887) y Programa de Gramática Castellana (1900) introdujeron técnicas novedosas como los cuestionarios para evaluar la comprensión de los alumnos.

Es tiempo de recuperar sus nombres y valorar sus legados. Es imperativo dejar atrás refranes y prejuicios que las invisibilizaron y reconocer su contribución al desarrollo de la lingüística y la educación. Aunque muchas de ellas aún no figuren en Wikipedia, iniciativas como la Biblioteca Virtual de la Filología Española (BVFE) permiten redescubrir sus biografías y acceder a sus obras. La historia intentó silenciarlas, pero su legado sigue siendo una fuente de inspiración para la lucha por la igualdad.

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