“Esta es la primera vez que entierro a alguien que ya había sido enterrado antes”, dijo el sacerdote que ofició el funeral definitivo de Mick Meany. A diferencia del primero, 35 años antes, aquel se realizó casi en soledad. El inicial había sido multitudinario, cubierto por la prensa internacional. Y Meany estaba vivo.

No se trató de un error médico ni de una confusión propia de otra época. Fue un entierro voluntario, planeado y convertido en espectáculo. Mick Meany, obrero irlandés radicado en Londres, decidió enterrarse vivo para romper el récord mundial de permanencia bajo tierra.

Hijo de un granjero de Tipperary, emigró a Inglaterra tras la Segunda Guerra Mundial en busca de trabajo. Soñó con ser campeón mundial de boxeo, pero una lesión en la mano truncó esa aspiración. Años después, un accidente en una obra —un derrumbe que lo dejó momentáneamente sepultado— detonó una nueva obsesión: batir el récord de tiempo enterrado vivo en un ataúd.

Las competencias extremas no eran nuevas. En Estados Unidos habían ganado popularidad desde los años veinte. El récord a vencer era de 45 días, impuesto por el estadounidense Digger O’Dell. Meany se propuso superarlo.

A los 33 años, sin estudios ni perspectivas claras, vio en esa hazaña una salida. Buscaba fama, dinero y reconocimiento. Aspiraba a figurar en el Libro Guinness y reunir lo suficiente para volver a Irlanda y construir una casa. “No tenía futuro en la vida real”, declaró.

El plan tomó forma en Kilburn, barrio irlandés de Londres, con el respaldo de Michael “Butty” Sugrue, dueño del pub The Admiral Nelson y promotor del espectáculo. El 21 de febrero de 1968, tras una “última cena” frente a la prensa, Meany se introdujo en un ataúd especialmente diseñado y fue sepultado a 2.5 metros bajo tierra.

Desde allí sobrevivió gracias a tubos de ventilación por donde también recibía comida, bebidas, cigarrillos y prensa. Tenía luz, libros y un teléfono conectado al pub, donde se cobraban las llamadas. Celebridades lo visitaron. Se instalaron donaciones. Durante semanas, fue una atracción mediática.

El 22 de abril de 1968, tras 61 días enterrado, fue desenterrado entre música, cámaras y multitudes. Sonrió, declaró victoria y aseguró que podría resistir más. Los médicos confirmaron que estaba estable. Creyó haber alcanzado la gloria.

La promesa de una gira mundial y 100 mil libras nunca se cumplió. Regresó a Irlanda sin dinero. Guinness nunca reconoció oficialmente el récord. Meses después, otra persona lo superó ampliamente. La fama se evaporó.

Décadas más tarde, su historia fue rescatada en el documental Buried Alive / Beo Faoin bhFód (2003), proyectado en festivales internacionales. Mick Meany, el hombre que fue enterrado vivo para ser alguien, encontró reconocimiento cuando ya no estaba para verlo.

Shares: