Aunque el título del libro Guerra, sacrificio y antropofagia en Mesoamérica parece hablar de fenómenos separados, los cocoordinadores del mismo, Stan Declercq y Gabriela Rivera Acosta, junto con Gabriel K. Kruell, señalan que el conflicto bélico, la inmolación de seres humanos y animales, y el canibalismo constituyen las fases de un proceso cíclico que, bajo un modelo cosmogónico, permite la reproducción social.
Los profesores de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), Declerq y Acosta, presentaron dicha obra en este centro de estudios del Instituto Nacional de Antropología e Historia, la cual convoca a ocho jóvenes especialistas que abren Nuevas perspectivas teóricas y metodológicas —como indica el subtítulo—, para abordar estos fenómenos culturales.
Ambos relataron que estos acercamientos novedosos partieron de un seminario con enfoque transdisciplinar, llevado a cabo en el Instituto de Investigaciones Históricas (IIH) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en 2019, en el marco del quinto centenario de la presencia europea en esta parte del continente americano.
Un año después, en 2020, tuvo lugar un simposio en el que se expusieron diversos temas, entre ellos los 11 ensayos que integran esta edición del IIH-UNAM, los cuales abordan la guerra, el sacrificio y la antropofagia en diversas regiones y horizontes culturales de Mesoamérica (periodos Preclásico, Clásico y Posclásico) e, incluso, en época reciente, desde la nueva historia militar, los análisis filológicos y críticos, el perspectivismo, los enfoques relacionales, el giro ontológico, la teoría y reflexión etnográfica.
En ese sentido, Stan Declercq consideró que el contenido del libro invita a cuestionar las teorías y metodologías propuestas en la década de 1990, estudios que “generaron un corpus de creencias, enfocado en la idea de que las sociedades indígenas de este territorio siempre han sido agrícolas”.
Sin embargo, en los últimos 30 años, diversos autores, quienes analizan el fenómeno de la cacería, “han demostrado que, al menos, en la cuestión de la ritualidad indígena también hay una fuerte entrada en la noción de la captura propiamente, como modo de producción”.
El arqueólogo, quien imparte clases en la ENAH sobre temas relacionados con la ritualidad y religión entre los grupos nahuas, comentó que “el prisionero de guerra era mucho más que un sustituto sacrificial, y más que el plato principal de un banquete canibalístico”.
Los antiguos nahuas sacrificaban tanto esclavos como prisioneros de guerra: “Los primeros, fungían como réplicas de alguna deidad (llamadas ixiptla), y se identificaban con los dioses que se inmolaron al principio de los tiempos, con el fin de crear el mundo. En el caso de los prisioneros, esta identificación es menos clara, aunque han sido asociados con las estrellas o identificados como hijos del Sol”. Lo que se sabe con más certeza, dijo, es que cada captura de un noble guerrero implicaba un proceso de identificación entre el captor y su prisionero.
“Esta asimilación llegó a tener las características de una relación entre padre e hijo. Durante los días o semanas precedentes a la inmolación, en una serie de actividades rituales, como vestirse de la misma manera, se fortalecía el proceso de identificación entre ambos, por lo que el prisionero no solo se ‘domesticaba’ por medio de ese extraño proceso de adopción consanguínea, sino que, desde el momento de la captura del prisionero, el guerrero captor era sujeto a un proceso de transformación a la inversa, es decir, se ‘enemizaba’”, expuso.
A este mismo respecto, la etnohistoriadora Gabriela Rivera Acosta, autora de los ensayos “Más allá de la dicotomía entre ‘guerra occidental’ y ‘guerra primitiva’” y “El cautivo, el venado y la pelota. Las tres caras de la depredación en el Clásico maya”, comentó que, si la guerra y el matar en el campo de batalla son una metáfora directa de la cacería, entonces la captura del enemigo en combate corresponde al acto de prendimiento de una presa.
“Esta equivalencia de ‘botín de guerra”, igual a ‘botín de caza’, hizo de la guerra una cacería de hombres. De ahí que los k’ichee’s guatemaltecos del periodo del contacto español calificaran a sus cautivos de guerra explícitamente como ‘botín de cacería’”.
En la actualidad, finalizó la cocoordinadora de Guerra, sacrificio y antropofagia en Mesoamérica, diversas comunidades del territorio siguen practicando ceremonias y actos rituales de corte bélico-cinegético; “sin embargo, con la desaparición de la guerra en el mundo indígena, estas se han ido matizando, lo más recurrente es el sacrificio de animales cazados, a manera de cautivos de guerra”.