El mensaje en las pancartas de las protestas contra los turistas realizadas en las Islas Canarias (España) en abril pasado no podía haber sido más claro: “Turista: ¡respeta mi tierra!”.

A medida que se acerca la temporada alta vacacional en el hemisferio norte, también lo hace una creciente ola de sentimiento antiturismo entre los habitantes de los destinos más populares en verano.

Manifestaciones similares se han visto en Barcelona, Atenas, Málaga y otras ciudades europeas con gran actividad turística.

Las recientes movilizaciones en las calles de Canarias han puesto de manifiesto que muchos residentes de lugares excesivamente visitados quieren un mejor tipo de turista.

Buscan uno que respete la cultura y la naturaleza locales, no uno que beba cerveza barata en la playa y deje su botella vacía o la colilla del cigarrillo en la arena.

Un debate en pleno desarrollo
Actualmente en muchos destinos del mundo se discute sobre el tipo de turistas que quieren en sus calles y el que no.

Los que gastan dinero en las tiendas, impulsando la economía local, y se comportan con respeto, están en la lista de los aprobados.

En la lista de los rechazados están los turistas que se emborrachan –a menudo británicos–, que se comportan mal, faltan al respeto a las tradiciones locales y afectan negativamente la vida de los locales.

Según la investigadora de turismo y profesora de la Universidad de Aalborg (Dinamarca), Carina Ren, siempre ha habido turistas que se han comportado mal, pero ahora hay más que nunca.

“Los viajeros siempre han sido vistos como forasteros”, afirmó.

“Cada vez que viajamos, se produce un encuentro cultural en el que intercambiamos ideas y chocamos. Era cierto hace décadas y también lo es hoy para el turismo de masas. Pero ahora está sucediendo algo diferente: el volumen. Los turistas no se están comportando peor, simplemente hay más de ellos”, agregó.

En los cuatro puntos cardinales
Este año, en la ciudad española de Barcelona, las autoridades locales tomaron la inusual medida de eliminar una ruta de autobús de Google Maps para evitar que los turistas se subieran a bordo, desplazando a codazos a los lugareños ancianos.

Por su parte, en las también españolas Islas Baleares, donde se encuentran Ibiza o Mallorca, famosas por su vida nocturna, han entrado en vigor restricciones al alcohol en un intento por recuperar el control sobre sus desordenadas calles.

En la muy visitada Venecia (Italia) ha comenzado a cobrar una tarifa turística para tratar de frenar el flujo interminable de visitantes.

Y Bali (Indonesia) anunció recientemente un nuevo impuesto al turismo después de una serie de incidentes en los que visitantes profanaron lugares sagrados y se comportaron de manera irrespetuosa.

A medida que continúa la recuperación pospandémica en la industria de los viajes, un número cada vez mayor de destinos ven cómo se rompen récords. El Consejo Mundial de Viajes y Turismo predice un año récord para el turismo en 2024.

Sólo en España, que en 2023 recibió la histórica cifra de 85,1 millones de visitantes internacionales (un 19% más que el año anterior), este año se esperan aún más.

Más allá del perfil del visitante
Las autoridades turísticas se deleitan con el auge de los viajes, porque se restablece el equilibrio después de los años desesperadamente difíciles de la pandemia, pero –como demuestra el clamor de los habitantes locales– el boom no beneficia a todos.

“La discusión no es realmente sobre el tipo adecuado de turista, sino sobre cómo garantizar que la población local se beneficie del turismo”, afirmó Sebastian Zenker, experto en turismo de masas y director académico del Máster en Turismo Sostenible y Gestión Hotelera de la Escuela de Negocios de Copenhagen (Dinamarca).

“Si nos fijamos en las Islas Canarias, he leído que un tercio de la población vive al borde de la pobreza. El turismo ofrece grandes ingresos a estas islas, pero ¿para quién? No basta con decir que queremos acoger a los turistas que se comporten bien y gasten más dinero, lo que importa es adónde va el dinero. De momento, una gran parte de la población no se beneficia”, señaló.

Y añadió: “Si los lugareños pueden ganarse la vida bien con esto, si pueden ver que se está construyendo una infraestructura que pueden utilizar, tal vez a un menor precio que los turistas, entonces puede haber una coexistencia saludable para ambos grupos”.

La idea del “tipo adecuado de turista” sigue viva y coleando. Las juntas de turismo del mundo eligen entre qué tipos de personas y nacionalidades comercializan sus destinos, desarrollando segmentos de mercado que consideran apropiados.

Campañas como “Nueva Zelanda Pura”, centrada en visitantes de alta calidad que contribuyen al entorno natural del país, o “Visite Islandia”, dirigida a trotamundos y exploradores independientes, son una señal de que estas discusiones ya no se dan solo en las salas de juntas de las organizaciones turísticas sino también en las calles.

Errando el blanco
Para Antje Martins, del Consejo Mundial de Turismo Sostenible y candidata a doctorado en la disciplina turística de la Escuela de Negocios de la Universidad de Queensland, en Australia, el objetivo debería ser una mejor gestión turística y no un mejor tipo de turista.

“Cuando los lugareños culpan a los turistas de su mal comportamiento, no se trata de los turistas. Es una señal de que la gestión turística ha fracasado”, afirmó.

La experta planteó la siguiente preocupación: si se presiona a los destinos para que reduzcan el número de turistas que admiten, seguramente buscarán sólo a los viajeros más ricos en un intento por retener altos ingresos, dejando fuera del mercado al segmento inferior. Sin embargo, este enfoque se adoptó en Nueva Zelanda en 2020 y no dio resultados.

Los investigadores afirmaron que no hay evidencia que demuestre que los grandes gastadores contribuyan más a la economía y, de hecho, bien pueden ser peores para el medio ambiente.

“Veo los viajes como una fuerza para el bien”, dijo Martins.

“No queremos que sólo los ricos puedan tener estas experiencias reveladoras”.

Sigilosamente se están trazando líneas en la industria para moldear un mejor tipo de comportamiento. La introducción de un compromiso turístico, mediante el cual se destaque el tipo de conducta que se considera aceptable en un lugar, se viene aplicando desde hace algún tiempo.

Islandia, por ejemplo, se ha comprometido a pedir a los turistas que eviten conducir fuera de las carreteras o hacer sus necesidades en la naturaleza, entre otras cosas.

Las islas Palau, en el Pacífico, por su parte, tienen un documento escrito por los niños de la nación que pide a los visitantes que actúen con cuidado y preserven y protejan su tierra natal.

Las intervenciones más duras como los impuestos al turismo, al estilo del de Venecia, son otra alternativa. Si bien es difícil determinar si una tarifa diaria de poco más de US$ 5 es disuasiva, otros países están yendo un paso más allá.

Bután impuso en 2019 un impuesto turístico diario de US$100, el cual efectivamente ha frenado el volumen de turistas que visitan el país y la duración de los viajes, y también excluye a aquellos con un presupuesto menor.

Los límites al número de turistas también están en camino: este año Ámsterdam anunció que quiere controlar el número de camas turísticas disponibles en la ciudad, dejando de construir más hoteles.

No eres bienvenido
Zenker, por su parte, advirtió sobre otra medida que veremos con más frecuencia en los próximos años: los destinos le cerrarán las puertas a un cierto tipo de personas.

“Creo que vamos a ver mucha más desincentivación en los próximos años”, dijo, citando la campaña publicitaria “Stay Away” (Mantente alejado) de Ámsterdam de 2023, destinada a disuadir a los jóvenes británicos de que viajen a la ciudad.

“Si buscas en Google despedidas de soltero (en Ámsterdam) durante las próximas dos semanas, encontrarás vídeos que dicen: si vienes aquí y te desnudas, te arrestaremos”, apuntó.

Es otra forma de moldear el comportamiento deseado y tratar de asegurarse de que el tipo de turista equivocado se mantenga alejado.

Los problemas de esta primavera, que seguramente continuarán durante el verano, parecen el comienzo de algo mucho más grande: el cambio en la industria del turismo. Para Martins es absolutamente necesario.

“Si no gestionamos correctamente el impacto del turismo, en realidad estamos acabando con el destino”, afirmó.

“Necesitamos volvernos sostenibles como industria porque si no lo somos, al final no nos quedará ningún producto que vender”, alertó.

Y, por último añadió: “Tenemos que viajar con cuidado y asegurarnos de que estos destinos puedan sobrevivir, porque al final para los locales los destinos son su casa”.

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