Buscar en Google “diapositivas de presentaciones de Steve Jobs” basta para entender por qué sus exposiciones se convirtieron en un referente. La mayoría de sus diapositivas muestran una sola palabra, un número o una imagen poderosa. Ninguna está sobrecargada.
El ejemplo más recordado es la presentación del primer iPhone: tres imágenes —un iPod, un teléfono y un comunicador de internet— resumían la idea central. Jobs sintetizó todo con una frase: Apple reinventa el teléfono.
El principio detrás de este estilo es simple: una diapositiva debe ser tan clara como un cartel publicitario. Los anuncios en autopistas están diseñados para entenderse en tres a cinco segundos. Si el mensaje no se capta en ese lapso, falla. En una presentación ocurre lo mismo. Si la audiencia no puede identificar la idea principal de inmediato, la diapositiva tiene exceso de información.
En la práctica, esto implica eliminar texto, reducir imágenes y centrar cada diapositiva en un solo concepto. Las diapositivas recargadas aumentan la carga cognitiva, es decir, el esfuerzo mental necesario para procesar información. El cerebro no puede escuchar y leer al mismo tiempo: debe elegir. Cuando se satura, desconecta.
La prueba es sencilla: mostrale tu diapositiva a alguien durante cinco segundos y retírala. Si no puede decir cuál era la idea principal, la diapositiva falla.
Para reuniones virtuales, donde la atención es aún más frágil, este principio es decisivo. Si necesitás incluir datos extensos, usá una estrategia híbrida: diapositivas simples durante la exposición y un documento detallado como apoyo.
El objetivo no es llenar espacio, sino dirigir la atención. Cada diapositiva debe comunicar una sola idea, de un vistazo. Esa es la lección esencial que dejó Steve Jobs.




