A comienzos del siglo XIX, una versión censurada de la Biblia fue publicada en Londres con un propósito claro: mantener el control sobre la población esclavizada en las colonias británicas.
Titulada Partes selectas de la Santa Biblia, para uso de los esclavos negros, en las Islas de las Indias Occidentales Británicas, el texto de 1807 suprimió cerca del 90% del Antiguo Testamento y el 60% del Nuevo. De la historia de Moisés y el Éxodo no quedó nada. Tampoco las palabras de Pablo que proclamaban la igualdad entre libres y esclavos.
Editada por la Sociedad para la Conversión de los Negros Esclavos —organismo vinculado a la Iglesia de Inglaterra—, esta llamada Biblia de los esclavos fue diseñada para enseñar obediencia y resignación. Contenía pasajes como “Esclavos, obedezcan a sus patrones con temor y respeto”, mientras eliminaba toda referencia a libertad, justicia o redención.
El teólogo británico Robert Beckford calificó la publicación como un instrumento ideológico del terror racial: “La Biblia fue corrompida para sostener el sistema esclavista y convencer a los africanos de que Dios aprobaba su situación”.
Su aparición coincidió con la abolición del comercio de esclavos en el Imperio británico en 1807, aunque la esclavitud como institución persistió por tres décadas más. Para Beckford, este contexto demuestra que la religión fue usada como herramienta de control, antes de que la pseudociencia racista justificara la supremacía blanca.
El Museo de la Biblia de Washington conserva uno de los tres ejemplares conocidos del texto. Según su director de colecciones, Anthony Schmidt, la edición contenía solo unos 14 libros, y fue “un intento deliberado de manipular la conciencia de los esclavizados mediante una versión mutilada de las Escrituras”.
La Iglesia anglicana ha reconocido su papel en la esclavitud. En 2023, el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, pidió perdón públicamente y anunció un fondo de 135 millones de dólares para comunidades afectadas.
Aunque algunos misioneros como el obispo Beilby Porteus promovieron mejoras en el trato a los esclavos, lo hicieron sin cuestionar de inmediato la legitimidad del sistema. La llamada “esclavitud cristiana” fue, en palabras de Beckford, una estrategia para mantener el orden mientras se postulaba una abolición gradual.
La Iglesia católica, por su parte, no produjo una versión semejante. En 1537, el papa Pablo III declaró en la bula Sublimis Deus que ningún ser humano podía ser reducido a la esclavitud. Aun así, en las colonias ibéricas, órdenes religiosas mantuvieron esclavos, en una contradicción que reflejó la distancia entre la doctrina y la práctica.
Hoy solo se conservan tres ejemplares de la Biblia de los esclavos: uno en la Universidad de Fisk, en Tennessee, y dos en las universidades de Oxford y Glasgow. Son testimonio material de cómo la fe fue instrumentalizada para justificar la dominación y borrar de la palabra de Dios toda promesa de libertad.






