Madrid.— “Este concierto en Madrid es el último de mi vida y por tanto el más importante”. Con esa frase, Joaquín Sabina marcó este domingo el cierre definitivo de su gira Hola y adiós y, según sus propias palabras, su despedida de los escenarios ante 12 mil espectadores reunidos en el Movistar Arena.
Visiblemente emocionado, el cantautor de Úbeda, de 76 años, ofreció un concierto de más de dos horas que combinó nostalgia, gratitud y un repaso por las canciones que lo han convertido en una de las figuras más influyentes de la música en español. “Un adiós enormemente agradecido”, dijo Sabina, al reconocer que sus temas “de un modo misterioso” se han instalado en la memoria de generaciones.
El público, entre ellos personalidades como Alberto Núñez Feijóo, Borja Sémper, Víctor Manuel, Ana Belén, Dani Martín, Ara Malikian, Clara Lago y David Trueba, acompañó de pie los momentos más intensos de una noche que Sabina definió como “solo adiós”, tras recorrer medio mundo con una gira de 71 conciertos y más de 700 mil boletos vendidos.
Entre lágrimas —suyas, de su banda y de muchos asistentes— desfiló un repertorio de 23 canciones que tocó casi todas las etapas de su carrera. Clásicos como Yo me bajo en Atocha, Princesa, Calle Melancolía, Y nos dieron las diez y 19 días y 500 noches fueron coreados con fuerza en un concierto que recordó por qué Sabina es un símbolo cultural tanto en España como en América Latina.
Uno de los momentos más emotivos fue cuando relató la historia detrás de Bulevar de los sueños rotos, inspirada en una conversación con Chavela Vargas. “Antes que a nadie, tuve el honor de cantársela mirándole a los ojos”, recordó antes de interpretar el tema ante un público enardecido.
Aunque Sabina se despide de los grandes escenarios, no pone fin a su vida creativa. Él mismo y su entorno insistieron en que continuará dedicado a la escritura y la música, aunque fuera de los reflectores. Su retiro físico responde también a episodios de salud que lo han marcado en los últimos años, como el accidente de 2020 en el entonces Wizink Center y los problemas que siguieron a su infarto cerebral en 2001.
Con la voz quebrada y la ovación del público madrileño, Sabina cerró un ciclo que comenzó en los años setenta. Una despedida que, más que un final, parece un acto de gratitud hacia quienes han acompañado al poeta urbano en casi cinco décadas de canciones inolvidables.






