El trabajo de restauración del material arqueológico es un proceso científico poco conocido fuera de la esfera de especialistas dedicados a esta labor; sin embargo, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), dependencia de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, destaca la importancia de esta especialidad en la conservación del patrimonio cultural.

En el Departamento de Conservación y Restauración (DCR) de la Zona Arqueológica de Teotihuacan (ZAT) se resguardan 13 fragmentos de murales inéditos, provenientes de escombros y rellenos recuperados en el marco del Proyecto Teotihuacan, implementado por la antigua Dirección de Monumentos Prehispánicos del INAH, entre 1962 y 1964.

La atención de estos vestigios policromáticos, cuya antigüedad se estima entre los años 1 y 600 d.C., está a cargo del jefe del DCR de la ZAT, Juan Alfonso Cruz Becerril, y de la restauradora perito, adscrita al INAH, Rosa Liliana Alfaro Martínez, quienes cuentan con el apoyo de la arqueóloga responsable del acervo arqueológico del sitio prehispánico, Claudia María López Pérez; la auxiliar de restauración técnica Rosa Méndez Hernández y el técnico museográfico Alberto Aguilar Aguilar.

Las dimensiones de los fragmentos oscilan entre los 16 por 9 centímetros, además de cenefas de 40 por 30 centímetros, con espesor de entre 6 y 8 centímetros, los cuales están decorados con el estilo característico de la plástica teotihuacana, la cual se identifica por la yuxtaposición de colores rojo, azul, verde, blanco, negro, amarillo y naranja, detalló la restauradora Alfaro Martínez.

Así, como cuando un paciente acude a un hospital para recibir tratamiento médico, apuntó, “las y los restauradores valoramos y analizamos el deterioro de cada pieza de mural para establecer un diagnóstico, en este caso, determinamos que todos los trozos se encontraban relativamente estables y en buen estado de conservación.

“El segundo paso es lo que denominamos ‘Propuesta’, equivalente a la prescripción médica, es decir, la metodología que se aplicará para intervenir la pieza. Esta etapa la dividimos en dos fases: reintegración y soportes auxiliares”, abundó la especialista.

La reintegración implica la limpieza de los fragmentos murales, los cuales presentaban suciedades y sales, que se acumularon desde su contexto original hasta el momento de la intervención; enseguida, se resanaron las grietas, fisuras y ribetes con pasta cerámica.

Después, añadió Alfaro Martínez, se realizó la fijación de la capa pictórica con la aplicación de polímeros sintéticos solubles en solventes, con la finalidad de proteger y adherir los pigmentos de color a la capa de cal que los contiene. Cada pieza requirió diferentes revestimientos de estos polímeros, de acuerdo con la vulnerabilidad de su pintura.

Una vez lograda la protección de la capa pictórica se procedió a la colocación de soportes auxiliares para facilitar la manipulación, traslado y montaje de las piezas; para ello, se retiró una capa de cemento del reverso del mural, la cual se cree, fue colocada en la década de los 60, para su conservación; sin embargo, dado lo pesado y voluminoso, este material fue sustituido por polímeros sintéticos, que son más ligeros e innocuos.

Finalmente, puntualizó Alfaro Martínez, los vestigios fueron montados en un marco de resina espumante altamente resistente. “No existe una receta única para la restauración, pero sí una metodología, la cual se basó en una extensa investigación de campo en los archivos de la Coordinación Nacional de Conservación de Patrimonio Cultural y de la colección teotihuacana resguardada en el Museo Nacional de Antropología, en los cuales se analizaron las técnicas de conservación, restauración y montaje del pasado, para determinar los mejores materiales y procedimientos en el presente”.

La restauración, concluyó, lleva 60 por ciento de avance y, una vez terminado el proceso, los fragmentos serán embalados para exhibirse, por primera vez, en el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles, en Estados Unidos.

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