Amanda Ruggeri / BBC / Cuando la gente habla de “normalizar” algo en 2024, suele ser con un sesgo positivo. Dentro y fuera de las redes sociales, he visto llamados a normalizar de todo, desde los cuerpos posparto hasta tener conversaciones sobre la salud mental en el trabajo.

La idea, por supuesto, es romper los tabúes que son poco beneficiosos o pueden ser hasta peligrosos.

Pero hay otro tipo de normalización, de la que mucha gente está poco consciente. Es menos deliberada, más perniciosa y puede ser dañina. Es la normalización de las tendencias, situaciones y eventos que realmente no debería ser “normales”.

Te lo pueden haber descrito como “desensibilización” o “habituación”.

Piensa en las guerras en Ucrania e Israel-Gaza. Los eventos traumatizantes al comienzo de estos conflictos eran nuevos e inesperados, elementos que los psicólogos saben que atraen la atención de la mente.

A medida que el tiempo ha pasado, la cobertura mediática todavía sigue, pero ahora estos eventos tienen menos probabilidad de encabezar las noticias en países como EE.UU., o ser parte, como solían, de la conversación cultural.

Tristemente, cuando una guerra dura meses o años, los estudios indican que una semana adicional de combates no tiene el impacto que tenía el primer día.

Esta desensibilización también es aplicable al día a día. Las juventudes en los barrios marginados que se crían en medio de la violencia tienen mayores probabilidades de pensar que la violencia es normal, por ejemplo.

Por otra parte, la gente expresó más ansiedad sobre covid-19 cuando la tasa mortal era baja que cuando se disparó a los cientos de miles.

Un estudio en particular, entretanto, muestra que las personas que viven en países más expuestos a los impactos negativos del cambio climático de hecho ven el cambio climático como algo de bajo riesgo.

Otra investigación indica que uno hasta se puede habituar a su propio comportamiento negativo: cuando los voluntarios mintieron repetidamente para recibir más dinero, sus mentiras se volvieron cada vez más grandes a lo largo del experimento, y las regiones de sus cerebros asociadas con las emociones se activaban cada vez menos.

La conclusión, según los investigadores, es que entre más hacemos algo, aunque sea algo que sabemos que está mal hecho, nos vamos a sentir menos incómodos con ello.

En otras palabras, el estar expuesto lo suficiente a cualquier cosa hace que esa cosa se normalice. Aún si es mala.

Por supuesto, esto tiene sus ventajas: hasta cierto punto, los humanos necesitan poder adaptarse a nuevas circunstancias y situaciones, no importa qué tan extremas.

Nuestra especie muy probablemente no hubiera llegado muy lejos, o por lo menos no hubiera logrado tener la capacidad emocional para resolver problemas, imaginar y crear, si anduviéramos en un estado perpetuo de shock y ansiedad.

Pero hay escollos obvios. Uno es esa adaptabilidad puede ser parte de por qué los humanos tenemos dificultad lidiando con lo que los sociólogos llaman “violencia lenta”, esas catástrofes que se van desenvolviendo sin urgencia aparente, haciendo difícil reconocer cuánto daño se ha hecho hasta meses o años después.

Piensa en las décadas de basura química que fue vertida y creó el llamado “callejón de cáncer” de Mississippi, o el aumento de emisiones globales.

También puede perpetuar un círculo vicioso. El estudio sobre la violencia en los barrios marginados encontró que los participantes tenían -por ejemplo- mayor probabilidad de perpetrar un acto violento si pensaban que era normal.

Pero esto también aplica a asuntos mayores y más complejos. Si alguien no cree que el cambio climático es importante, ¿por qué tendría que sentirse motivado a hacer algo al respecto?

Si su consciencia sobre los desastres humanitarios se está desvaneciendo, ¿estaría todavía dispuesto a compartir sus preocupaciones con representantes o donar a las organizaciones idóneas?

Cómo sucede la normalización
Cuando se trata del consumo de medios de comunicación, esto genera dos interrogantes: ¿cómo pueden los editores cubrir un tema sin desensibilizar su audiencia? Y, tú como consumidor de medios inteligente e informado, ¿cómo puedes navegar las noticias para asegurarte de que no estés corriendo el mismo riesgo?

Los investigadores han estado explorando cómo el estar expuesto a los mismos temas noticiosos una y otra vez afectan a los consumidores. Un estudio, por ejemplo, encontró que los consumidores de noticias tenían mayor probabilidad de enojarse con la cobertura y hasta evadirla, cuando sentían que estaba siendo repetitiva.

No es simplemente que los usuarios ansían la novedad, señalan los investigadores. Sino también que la gente se molesta especialmente cuando percibe que nada está cambiando o mejorando.

“Algunos usuarios son particularmente negativos sobre la falta de progreso y la cobertura larga e interminable de un asunto, que en parte se puede rastrear hasta los actores políticos involucrados”, escriben los investigadores.

Este punto es preocupante. Hay varios temas que, cuando se ignoran, contribuyen a sostener el estatus quo y las autoridades. Piensa en cuán más improbable sería que empresas y gobiernos tomen medidas contra el cambio climático, por ejemplo, si nadie hablara nunca de eso.

Cínicamente, esto podría significar que entre menos progreso hagan los líderes con respecto a un tema, la gente se aburre más escuchando sobre este. En teoría, eso podría llevar a que ese tema se cubra cada vez menos y cualquier presión para que haya progreso se derrumbe también.

Luego está el otro tema, especialmente común cuando vemos noticias de otras personas sufriendo: si nos sentimos demasiado angustiados con lo que vemos, eso nos puede llevar a sentirnos “quemados” y querer hacer oídos sordos a toda la cobertura.

Cómo evitar desensibilizarse
Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Cómo estar al tanto de las noticias, sin que nos abrumen o nos insensibilicen? ¿Cómo podemos navegar por los muchos problemas que enfrenta el mundo hoy en día, logrando un equilibrio entre no aceptarlos como “normales”, pero también logrando seguir adelante con nuestras vidas?

Cuando se trata del consumo de noticias, los investigadores sugieren consumir noticias más conscientemente, hacerlo en momentos mucho más específicos, cuando nos sentimos abrumados por una crisis en particular.

Dada la importancia de la novedad, yo también sugeriría que, para estar bien informado, asegúrate de que tu dieta mediática sea diversa. Aún cuando haya un tema o una crisis particular sobre la cual te gustaría saber más, expándete más allá de la misma fuente o tipo de medio.

Si vas a seguir la guerra de Israel-Gaza, no vayas pasando con el dedo los titulares de última hora; busca análisis de asuntos extranjeros y artículos de primera persona, mira documentales, escucha libros hablados, lee poesía. Y, crucialmente, consume perspectivas de ambos lados de la guerra.

También es importante recordar cuándo tomar distancia. Estaremos explorando esto más en otras columnas futuras pero, por ahora, recuerda que para darle un ángulo diferente al presente conviene pensar a largo plazo.

Eso tal vez ocurra mirando hacia atrás, tratando de entender cómo llegamos hasta aquí, reemplazando las noticias diarias con, digamos, libros de historia o documentales.

O podría ser mirarando hacia adelante, ¿qué podría significar esto para el mañana? y buscar análisis que traten sobre el impacto de nuestras decisiones actuales dentro de uno, 100 o hasta 1.000 años después.

¿Qué de nuestra tendencia de adaptarnos a las circunstancias que nos afectan más directamente, hasta aquellas que simplemente no deberíamos aceptar como “normales”?

El primer paso es reconocer que tal habituación está en efecto sucediendo. Toma un momento para reflexionar: ¿a qué cosas te estás acostumbrando, ya sea en tu hogar, tu comunidad o tu país que realmente desearías que no sucediera?

Sólo entonces puedes planear tomar algunas acciones. Ciertos investigadores sugieren enfrentarse a la “violencia lenta” con “resistencia lenta”, o con la “no violencia lenta”, incluyendo acciones cotidianas tan simples como compartir el conocimiento sobre un tema.

Los investigadores que realizaron el estudio de habituación en donde se mentía para obtener más dinero también sugieren tomar distancia emocional de las circunstancias para poder verlas con ojos frescos.

Si hay algo que no te gusta de tu propio país que empieza a sentirse “normal” para ti, por ejemplo, podrías hablar con alguien que vive en un país diferente, leer sobre cómo se maneja la situación en otra parte o (para los que tienen los medios) viajar al exterior.

También argumentaría que, si hay un tema que es importante para ti, no presumas de que te sentirás tan emocionalmente comprometido con este dentro de un mes o año, como lo estás ahora. En cambio, vuelve la acción un hábito.

Apunta en tu agenda que dedicarás regularmente cinco minutos para escribirles a tus representantes políticos, por ejemplo. O establece una donación mensual recurrente a una organización de caridad que represente una causa que te importe, en lugar de donar de manera intermitente cada vez que sientas la motivación.

(Un bono: los estudios encontraron que el tomar acción sobre algo preocupante hace menos probable que tu interés en el tema se “queme”).

Tal vez, por encima de todo, yo mantendría una verdad en mente: desde el comercio global de esclavos hasta la política de apartheid en Sudáfrica, hubo muchas situaciones horribles que, durante décadas y hasta siglos, se sentían arraigadas, imposibles de cambiar y que, en cualquier momento, pudieron haberse visto como la “nueva normalidad”.

Pero cambiaron. Y las circunstancias que no queremos que sean parte del futuro de nuestros hijos ni del nuestro también pueden cambiar.

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