En redes sociales, el término “caballerosidad” suele aparecer envuelto en polémica. ¿Es un gesto de respeto o una forma elegante de perpetuar desigualdades de género? El debate se reavivó hace unos meses cuando la influencer Carolina Moura afirmó que no volvería a salir con un hombre español, alegando que eran “dejados” y poco atentos. Marina Rivers respondió con una crítica más estructural: pedirle a un hombre que sea un “caballero” le parecía una idea vieja, que reforzaba roles tradicionales y a menudo machistas.
Pero, ¿de dónde viene exactamente la idea de que un hombre debe comportarse como un “caballero”?
De la espada al sombrero: un concepto cambiante
La palabra “caballero” nos remite fácilmente al medievo: un noble a caballo, armado y al servicio de un reino. Sin embargo, la noción moderna de “caballerosidad” no es medieval, sino producto del siglo XIX. Fue entonces cuando, como explica el historiador Miguel Martorell, el término se reapropió en España para describir a los “hombres de bien” en una sociedad donde se empezaban a diluir las fronteras entre la nobleza y la burguesía.
Así, el caballero ya no era quien heredaba un título, sino quien mostraba ciertas cualidades: fiabilidad, respeto, autocontrol y cortesía. No se trataba sólo de abrir la puerta o ceder el asiento, sino de ser “respetable” en el sentido más amplio: alguien que cumplía su palabra, que cuidaba de las mujeres de su entorno y que se diferenciaba, tanto de las clases populares como de los “nuevos ricos” sin modales.
Honor, clase y control sobre las mujeres
El caballero debía ser educado con sus iguales y condescendiente con quienes estaban por debajo en la jerarquía social. Pero, sobre todo, debía ser guardián del honor. Y esto incluía vigilar el comportamiento de las mujeres de su familia. Una mujer que se “desviaba” podía manchar la reputación de su padre, su hermano o su esposo.
No es casual que muchas ideas ligadas a la caballerosidad hayan servido históricamente para justificar el control sobre las mujeres: cómo debían vestir, con quién salir, a qué hora volver. Si una mujer era insultada o ultrajada, el caballero debía reaccionar… incluso con violencia.
Capitalismo, antisemitismo y duelos por respeto
En la Europa del siglo XIX, la caballerosidad no era sólo un código personal, sino una forma de delimitar quién era digno de respeto en un nuevo mundo dominado por el capital. Muchas prácticas de negocios eran vistas como “poco honorables”, especialmente si eran agresivas o demasiado lucrativas. De ahí que surgieran críticas teñidas de antisemitismo: a los financieros especuladores se les llamaba “judíos”, incluso si no lo eran, en un intento de desacreditarlos socialmente.
En este contexto, el duelo reapareció como forma extrema de defender el honor masculino. En Inglaterra, el gentleman se afirmaba mediante el acento, los deportes y los internados de élite. En Francia, Alemania, Rusia y América Latina, sin embargo, las ofensas podían resolverse con espadas o pistolas. A veces hasta la muerte. Negarse a batirse era ser tachado de cobarde… a menos que uno fuera aristócrata, en cuyo caso podía darse el lujo de ignorar el reto si el oponente era un periodista o alguien de dudosa respetabilidad.
El colapso del ideal: guerra y modernidad
La figura del caballero vivió su apogeo durante la Belle Époque, cuando las buenas maneras se convirtieron en símbolo de civilización incluso para sectores del movimiento obrero. Pero el mundo de la caballerosidad colapsó con la Primera Guerra Mundial, cuando millones de jóvenes murieron en trincheras defendiendo causas que muchas veces ya no entendían.
La vigilancia obsesiva sobre el honor femenino y el recurso al duelo como justicia personal fueron cayendo en desuso. El siglo XX trajo nuevas formas de relacionarse —más igualitarias, más ambiguas— y el concepto de “ser un hombre de verdad” empezó a resquebrajarse.
¿Y hoy?
En pleno siglo XXI, la caballerosidad sigue generando debate. Para algunas personas es simplemente una forma de cortesía. Para otras, una máscara elegante del patriarcado y la desigualdad. ¿Debe un hombre pagar la cuenta por “ser caballero”? ¿Debe abrir la puerta? ¿Debe proteger a las mujeres… de qué exactamente?
La pregunta de fondo es más incómoda: ¿de quién es la cortesía y al servicio de qué está?