Brasil cerró 2025 como uno de los principales referentes globales en la lucha contra el cambio climático al acoger la COP30 en la Amazonía, pero los modestos resultados de la cumbre llevaron al país a comprometerse a liderar en 2026 el diseño de un plan para la eliminación gradual de los combustibles fósiles.

La COP30 fue la primera conferencia climática de la ONU realizada en la Amazonía, un hecho inédito que reforzó la imagen del Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva como impulsor de la transición energética, la bioeconomía y la conservación de los bosques tropicales. La cita también puso de relieve la fortaleza de Brasil en energías limpias, con el 88.2 % de su matriz eléctrica proveniente de fuentes hidroeléctricas, eólicas y solares, pese a que el país continúa consolidándose como una potencia petrolera en expansión.

Tras un año de intensa diplomacia climática, las negociaciones oficiales dejaron un balance agridulce para el país anfitrión, al no lograrse compromisos vinculantes sobre la eliminación de los combustibles fósiles ni sobre la deforestación. La propuesta impulsada por Lula para establecer hojas de ruta que conduzcan al abandono gradual de los hidrocarburos —responsables de cerca de tres cuartas partes de las emisiones globales— enfrentó la oposición de países como Arabia Saudí, Rusia e India.

Ante la falta de consenso, pese al respaldo de más de 80 países, la presidencia brasileña de la COP30 anunció que impulsará en 2026 la elaboración de dos hojas de ruta: una para la eliminación progresiva de los combustibles fósiles y otra para frenar y revertir la deforestación antes de 2030. Estos procesos se desarrollarán en encuentros previos a la COP31, que se celebrará en Turquía, incluyendo reuniones en Colombia, Alemania y una nación insular del Pacífico aún por definir, con la participación de científicos, gobiernos, industria y sociedad civil.

Brasil también buscará revitalizar el debate sobre la reducción de emisiones asociadas a la deforestación, un tema que, según expertos, ha perdido protagonismo en las negociaciones internacionales. De las 195 naciones que integran la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, solo 122 presentaron nuevas Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC) con metas más ambiciosas y horizonte a 2035. El bajo cumplimiento quedó en evidencia al registrarse apenas 64 entregas para septiembre, cifra que aumentó marginalmente durante la cumbre de Belém.

Aunque las hojas de ruta promovidas por Brasil no serán vinculantes ni generarán obligaciones dentro del Acuerdo de París, el país busca mantener el liderazgo político en la agenda climática.

En paralelo, el Gobierno de Lula aprobó recientemente el Plan Clima, la estrategia nacional que guiará el cumplimiento de los compromisos ambientales de Brasil. El documento establece como meta reducir las emisiones de gases de efecto invernadero de 2 mil 040 millones de toneladas de CO2 equivalente registradas en 2022 a 1 mil 200 millones para 2030, con una reducción adicional prevista para 2035.

El plan contempla transformaciones profundas en sectores clave como energía, agricultura y transporte, priorizando el aumento de las fuentes renovables, la reducción progresiva de la dependencia de combustibles fósiles y políticas para frenar la deforestación en la Amazonía, además de impulsar la restauración de ecosistemas y la agricultura sostenible.

Sin embargo, estos compromisos conviven con los planes del Gobierno brasileño para ampliar la explotación petrolera en una región cercana a la desembocadura del río Amazonas, un proyecto que ha generado cuestionamientos sobre la coherencia y el alcance real del compromiso ambiental del país.

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