ROMA / En el distrito romano de Pigna hay un sitio arqueológico que se mantiene a salvo del torrente de turistas que todo el año saturan plazas y monumentos en diversos rumbos de la Ciudad Eterna: el Área Sacra del Largo Argentina.

Ubicada a pocas cuadras del Panteón, esta zona —que suele atraer más gatos que personas— ha sido señalada por arqueólogos e historiadores de la capital italiana como el lugar preciso donde ocurrió uno de los hechos más recordados por la humanidad: el asesinato de Julio César.

Si bien ese dato se conoce desde hace décadas, fue apenas el pasado verano que las autoridades de Roma abrieron el sitio para visitas mediante la colocación de andadores que permiten ver de cerca las ruinas. Hasta entonces, los curiosos y los interesados en historia tenían que conformarse con observarlas desde la calle, varios metros arriba.

Hace unos días, hice el tour del lugar (precio: cinco euros). Me sorprendió que no fuéramos más de cuatro personas las que en ese momento aprovecháramos la oportunidad de ver de cerca los vestigios e imaginar cómo era el lugar en los tiempos del magnicidio más conocido de la historia; algo que no pudo hacer William Shakespeare cuando escribió su Julio César a fines del siglo XVI, pues aunque el dramaturgo hubiera llegado hasta Roma —cosa que está en duda—, el sitio estuvo bajo tierra hasta la tercera década del siglo XX, cuando una excavación reveló los tesoros que contenía.

En 1909, se decidió remodelar la ciudad. Parte de las obras tuvieron lugar en Pigna, donde se demolió la Casa del Burcardo: una torre que había sido construida en 1503 por Johannes Burckardt, maestro de ceremonias de cinco Papas, entre 1483 y 1506. Alsaciano de nacimiento, Burckardt venía de Estrasburgo, ciudad que también fue bautizada por los romanos como Argentoratum. Es por eso que la torre se conoció como Argentina y se le quedó el nombre al lugar.

Cuando las excavaciones urbanísticas sacaron a la superficie los restos de grandes estatuas y otros restos de las épocas de la República y el Imperio, el sitio quedó protegido. Gran entusiasta de los hallazgos fue el dictador Benito Mussolini, quien creía en restaurar la gloria romana.

Fueron necesarios varios años de investigación para determinar que los vestigios encontrados en Largo Argentina —ubicado en lo que fue el Campo Marte— estaban relacionados con el asesinato de Julio César, el 15 de marzo del año 44 a.C.

La obra de Shakespeare indujo a muchos a pensar, durante más de tres siglos, que Julio César había sido apuñalado en el Foro Romano —el centro de la ciudad en aquel tiempo—, pero los estudiosos han determinado que el homicidio ocurrió a medio kilómetro de allí, en la Curia de Pompeyo, una gran sala rectangular que servía de sede al Senado.

Shakespeare, por cierto, es también autor de la frase “¿Tú también, Bruto?”, con la que el dictator in perpetuum habría exclamado sorpresa y decepción al momento de ser atacado por un grupo de senadores, quienes llevaban dagas escondidas en sus togas; a pesar de que hay varias versiones sobre cuáles fueron las últimas palabras que pronunció antes de tropezar y desangrarse por las heridas.

La Curia de Pompeyo se encontraba detrás del Templo de la diosa Fortuna —parte del cual permanece en pie—, que fue mandado construir por el cónsul Quinto Lutacio Cátulo, en el año 101 antes de nuestra era, para celebrar la victoria de los romanos en la batalla de Vercellae —una llanura entre las actuales ciudades de Milán y Turín—, que puso fin a la guerra contra los cimbrios.

Hasta entonces, Largo Argentina era conocido más como santuario de gatos callejeros, luego de que una organización de defensa de los animales lograra esa declaración.

La descripción del sitio exacto donde murió asesinado coincide con lo que decían las fuentes antiguas de la época, apuntó el funcionario.

Además de los andadores, el Área Sacra del Largo Argentina —la más reciente adición al de por sí impresionante patrimonio cultural de la ciudad— tiene un pequeño museo que relata su historia y exhibe algunas piezas arqueológicas encontradas.

Luego del asesinato, Octavio —sobrino nieto de Julio César, además de hijo adoptivo y heredero político— decretó el sitio como locus sceleratus, lugar maldito, y ordenó que fuera clausurado y tapiado. Hay versiones de que luego fue una letrina, lo cual es poco probable pues se prohibió cualquier uso.

La conspiración para matar a Julio César surgió de una combinación de sentimientos. Entre ellos, los de quienes sostenían que el cargo de dictador vitalicio violaba los principios de la República; hasta los de quienes estaban insatisfechos por cómo habían sido tratados en la repartición de los territorios conquistados. Lo cierto es que el suceso no hizo volver los valores republicanos, sino que se tradujo en el advenimiento de una autocracia.

Octavio, quien luego se convirtió en el emperador Augusto, se dedicó a cazar uno por uno a los 13 hombres que participaron en el magnicidio. El último en morir, como relata el historiador británico Peter Strothard, en su magnífico libro The hunt for the killers of Julius Caesar (2021), fue el poeta y marinero Casio Parmensis; quien se refugió en Atenas, hasta donde llegaron a matarlo 14 años después.

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