Salieron con banderas, camisetas y la fe intacta, como si el Mundial de Clubes recién estuviera comenzando. Este sábado, del estacionamiento de un supermercado en Hollywood —la ciudad de Florida, no la de las estrellas—, partió una caravana de hinchas de Boca rumbo a una nueva aventura: conquistar Nashville. Es el día posterior a la derrota contra Bayern Munich, y con el equipo aferrado a una mínima chance de clasificación, estos fanáticos decidieron tomar la ruta, cruzar estados, dormir poco y alentar mucho. Hay acentos porteño, panameño, paraguayo, yankee: el mapa xeneize desplegado sobre el asfalto caliente del sur de Estados Unidos es multinacional. No los detienen el calor ni las cuentas; los empuja una ilusión.

“Es una locura”, dice Diego, argentino y fanático de Boca, mientras acomoda sus valijas en el baúl de una camioneta repleta de banderas. Vive en Asunción y viajó desde Paraguay para sumarse al grupo que parte rumbo a Nashville. “Ahora iniciamos un viajecito. Creo que vamos a parar en Atlanta, y bueno, así como copamos Miami, creo que vamos a copar Nashville también. Muy ilusionados con Boca. El equipo está dejando todo en la cancha, entonces lo menos que podemos hacer nosotros es hacer lo mismo del otro lado”.

El calor los acompañará en todo el recorrido. El verano acaba de empezar y las temperaturas no bajan de los 32 grados, con una humedad que vuelve pesada cualquier actividad, incluso manejar con el aire acondicionado encendido. Pero a los hinchas de Boca no les importa: siguen igual, cantando, viajando, soñando. La primera parada será Atlanta. Desde Miami emprenderán ese tramo inicial cargado de charlas, mates, promesas y banderas atadas en las ventanillas. En esa ciudad harán una escala con asado incluido antes de retomar viaje hacia Nashville, sede del partido clave ante Auckland City.

“Es algo que atraviesa dimensiones inexplicables”, dice Diego, mientras prepara todo para sumarse a la ruta. “Nos juntamos para ir en caravana, comer un asadito y seguir camino a Nashville, buscando la victoria que nos de la tan ansiada clasificación. ¿Fe al equipo? Si no la tuviera, no estaría acá”.

Boca está obligado a golear y a esperar una derrota del Benfica ante el Bayern para meterse en los octavos de final. Es la única combinación que le sirve de las nueve posibles. Además, deberá superar a los portugueses en diferencia de gol. Pero lo que los mueve no son los números, sino una convicción. “El viernes quedó demostrado que, aunque Bayern tenga uno de los mejores planteles del mundo, respeta al verdadero grande, que somos nosotros. Boca hizo su partido, tuvo su chance y se escapó por nada. Creo que podemos llegar a golear y que nos den una manito los alemanes”, remata Diego, con la camiseta puesta y el termo bajo el brazo.

Un detalle simpático que se vivió antes de la partida fue la forma en que los hinchas se saludaban entre ellos, una marca registrada en cada lugar donde juega el equipo: ese inconfundible “¡Boca, Boca, Boca!”, que entonan como si estuvieran vendiendo algo en la playa. Suena como esas voces que ofrecen churros, cerveza en la cancha o helado en una plaza. A veces lo gritan una vez, otras tres, como un código que los identifica y los une. Y ya no es solo cosa de hinchas: mientras posaban para LA NACION en la previa del viaje, una camioneta se detuvo, bajó la ventanilla y, sin hablar español, el conductor les sacó fotos y los saludó con el brazo en alto, repitiendo con entusiasmo: “¡Boca, Boca, Boca!”. La escena provocó risas, aplausos y más cantos. Es su forma de reconocerse, y ya se hizo contagiosa.

El viaje será largo, pero nadie se queja. Son casi 1400 kilómetros entre Hollywood y Nashville, un trayecto que demanda unas 13 horas sin pausas. La hilera de autos avanzará por la ruta interestatal 75. Primero pasará por Orlando, Gainesville y Valdosta; luego vendrán Macon y Atlanta. Desde allí, otros 400 kilómetros hasta la meta, donde Boca se jugará su última carta. Esta movida fue impulsada por los Consulados Boca Juniors, pero está abierta para que cualquier hincha se sume y participe. Porque lo importante no es de dónde venga cada uno, sino el amor por Boca y la fidelidad por los colores. Los paisajes cambian: palmeras y playas al principio, bosques tupidos después, colinas y rutas rodeadas de árboles altos en el tramo final. Pero hay algo que no cambia: las canciones, los gritos de aliento, los colores azul y oro flameando en cada parabrisas.

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