Es común que en estas fechas, cuando la tradición popular señala el retorno temporal de los muertos al plano terrenal, que en las primarias se formen grupos de niñas y niños que, a su manera y entender, hablan en voz baja sobre las “apariciones” en pasillos, escaleras y salones de la que se ha vuelto su “segunda casa”, por haber sido antes un cementerio; ¿se trata de una leyenda urbana o de una realidad histórica?
Con el propósito de dilucidar esta anécdota tan extendida, la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través de la Radio del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), invitó a su cabina a la historiadora y periodista Bertha Hernández González. El programa, producido por la Dirección de Divulgación Audiovisual de la Coordinación Nacional de Difusión, forma parte de la serie “Somos nuestra memoria”, y puede ser escuchado a partir de hoy, 2 de noviembre, a las 11:30 horas, a través del YouTube de Radio INAH.
A pregunta expresa de su colega, Pavel Luna Espinosa, sobre cómo se originó la idea de que las escuelas desplantan sobre cementerios, la divulgadora señaló que, si bien, la gran mayoría no tiene estos antecedentes, la leyenda sí tiene bases históricas, lo mismo en el Centro Histórico de la Ciudad de México, que en la colonia Guerrero, detrás de la Capilla del Pocito en La Villa de Guadalupe y en la colonia Xoco, en Coyoacán.
Un ejemplo documentado es el casi centenario Centro Escolar Benito Juárez, localizado en la calle Jalapa, de la colonia Roma Sur. Entre 1923 y 1925, se llevó a cabo su edificación en una sección de los terrenos donde se encontraba el Panteón General de la Piedad, en la primera década del siglo XX, cuyo trazo fue perdiéndose por el crecimiento de la mancha urbana.
“La desaparición de cementerios para dar lugar a nuevos emplazamientos no es exclusiva de México ni de su capital. Un ejemplo son las famosas catacumbas de París, en Francia, miles y miles de restos óseos apilados en pasillos subterráneos, los cuales fueron llevados allí, cuando la ciudad comenzó a extenderse en los siglos XVIII y XIX, y se decidió exhumar los enterramientos de la ciudad medieval, en aras de la modernidad”, explicó.
En nuestro país, ese proceso se vio acelerado en la segunda mitad del siglo XIX con la aplicación de las Leyes de Reforma; entre ellas, la de la desamortización de los bienes eclesiásticos, a partir de la cual el Estado liberal tomó bajo su poder los lugares de entierro y se modificaron las prácticas funerarias, sobre todo en el gobierno de Ignacio Comonfort.
“Esto cambió radicalmente la fisonomía de las ciudades, porque se derribaron muros de grandes extensiones conventuales que estaban, creanlo o no, en los cascos históricos. En la Ciudad de México aún podemos observar algunos templos que eran adyacentes a conventos hace 180 años, por mencionar el de San Francisco, que se hallaba en lo que hoy ocupa la Torre Latinoamericana”, expuso Hernández González.
El Panteón General de la Piedad fue inaugurado por Benito Juárez en 1872, cuya construcción surgió del reclamo de contar con un cementerio civil alejado del centro urbano, a fin de evitar problemas de salud pública por los “miasmas”, como se denomina a los “efluvios malignos” que, según se creía, desprendían los cuerpos enfermos, las materias corruptas y aguas estancadas.
Sus límites corresponden a la actual avenida Cuauhtémoc, colindando con el Centro Médico Siglo XXI; a fines de la década de 1980, en las calles Antonio M. Anza, Huatabampo y Jalapa, el equipo de salvamento arqueológico que supervisó la construcción de la estación Centro Médico de la Línea 9 del Metro corroboró la existencia de materiales funerarios.
La entrevistada anotó que la idea era replicar los cementerios-jardín europeos, pero al poco tiempo devino “en uno de los grandes fracasos urbanos de la Ciudad de México”, debido a que el suelo no era el propicio y se anegaba, problema que aumentó ante la falta de una instalación de drenaje. Se convirtió en el panteón para la gente pobre, decayó, fue cerrado y, con ello, comenzó su expolio. Finalmente, sería sustituido por el Panteón de Dolores, ubicado al poniente de la ciudad.
“La colonia Roma, que inició en 1902, empezó a crecer hacia el sur y, bueno, se pensó en convertir el Panteón de la Piedad en un parque público; pero José Vasconcelos, en su afán de reformador educativo, en el gobierno de Álvaro Obregón, revisó el catálogo de bienes nacionales para ubicar baldíos que pudieran convenir a sus proyectos, y allí se encontró con ese espacio, el cual reclamó para crear un centro escolar”.
Para finalizar, la historiadora Bertha Hernández hizo hincapié en que este caso es paradigmático, porque es resultado de un proyecto de Estado, de decisiones gubernamentales que tienen sus antecedentes en la época de Reforma, y que abrieron paso a una vida nacional laica.