Por Carlos Silva, La lengua de Dante.

Desde siempre, Querétaro ha sido una ciudad maravillosa en muchos sentidos y nuestro estado, hay que decirlo, siempre ha sido de un talante mayoritariamente conservador, que vale la pena aclarar, no es lo mismo que ser imperialista.

Lejano parecía ya aquel 17 de agosto de 1864 en la primera ocasión que Maximiliano visitó nuestro terruño en un recorrido tierra adentro para conocer el país del que decía ser su soberano.

Ahora, a tres años de distancia, en febrero de 1867, él ni siquiera lo imaginaba, pero éste sería el último viaje de Maximiliano a nuestra ciudad luego de que las “viejas pelucas de México” habían decidido deshacerse de él y sacar de la Ciudad de México, el que habría de ser el escenario final de las batallas por la restauración de la república.

De esa forma, el Habsburgo y quienes aún lo seguían, comenzaron con su salida de la capital el miércoles 13 de febrero de aquel año, llegando a nuestra ciudad a las nueve y media de la mañana del siguiente martes 19 de febrero, que fue el momento en que de nuevo, Maximiliano y los suyos, arribaron a aquel punto en las montañas de la Cuesta China, desde donde es posible divisar toda la magnificencia de nuestra ciudad, la que suele ser cubierta del característico color que proporciona sol de los atardeceres a que nos tiene tan acostumbrados el poniente queretano.

No lo sabía aquel joven hombre, pero aquella sería la última vez que vería nuestra ciudad desde aquel punto, aquella sería la última vez que arribara a Querétaro y aquella habría de ser su última estadía en nuestra ciudad, en la que se mantuvo sitiado durante 72 días y preso otros 34 días más, en los que fueron sus últimos 106 días con vida.

De aquí saldría muerto, amortajado, primero de regreso a la Ciudad de México desde donde partiría a Veracruz para tomar con rumbo a su natal Austria, a donde llegaría hasta el mes de enero del año siguiente en condiciones muy maltrechas.

Al revisar nuestro pasado, como nos gusta hacerlo, lo recomendable es tener cuidado en que nada de nuestro pasado se pierda, sin dejar de hacer los distingos necesarios entre los grandes y los pequeños, porque los hubo en ambos bandos, grandes hombres entre los liberales y conservadores, como hombres empequeñecidos por las circunstancias en ambos partidos, tal y como lo veremos un poco más adelante.

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