En 2018, cuando el entonces presidente Donald Trump impuso aranceles del 25% a las bicicletas chinas, los fabricantes del gigante asiático respondieron con creatividad estratégica, mostrando cómo las barreras comerciales pueden ser transformadas en retos logísticos y no en frenos económicos. Empresas chinas trasladaron fases de producción y ensamblaje a países como Taiwán, Vietnam, Malasia, Camboya e India, permitiendo exportar productos que, aunque seguían utilizando componentes chinos, ya no estaban sujetos al gravamen.

Este fenómeno, calificado por Arnold Kamler, exdirector ejecutivo de Kent International, como una “reorganización global”, es un claro ejemplo de cómo las empresas internacionales responden a las políticas proteccionistas. En lugar de incentivar la manufactura estadounidense, los aranceles han disparado los costos para las empresas y los consumidores estadounidenses, además de alimentar una inflación persistente.

La estrategia de diversificación geográfica no solo se limitó al sector de las bicicletas. Industrias como la solar, la electrónica y la automotriz también optaron por instalar fábricas en “países conectores” como México, Vietnam y Marruecos. Estos países funcionan como intermediarios, exportando productos ensamblados con componentes chinos hacia Estados Unidos, sorteando así las barreras arancelarias directas.

Los datos reflejan esta tendencia: mientras las exportaciones directas de China a Estados Unidos disminuyeron significativamente entre 2018 y 2023, las exportaciones desde países intermediarios como Vietnam y México han crecido, muchas de ellas conteniendo materiales y piezas chinas.

Los economistas han señalado que estas maniobras no solo minan los objetivos de los aranceles, sino que además complejizan las cadenas de suministro globales, añadiendo costos y vulnerabilidades. “Reduce el comercio bilateral; no repercute en el comercio mundial”, explicó Brad Setser, del Consejo de Relaciones Exteriores.

Mientras Trump busca un segundo mandato con planes de aumentar los aranceles, surgen dudas sobre la eficacia de estas medidas frente al ingenio empresarial. Si bien las propuestas de aranceles “universales” del 10% al 20% y el aumento del 60% para productos chinos buscan cerrar estas “puertas traseras”, los antecedentes muestran que las empresas podrían adaptarse nuevamente.

En última instancia, la globalización y las dinámicas económicas internacionales parecen desafiar los intentos de separar las economías de Estados Unidos y China. En palabras de Alan Wm. Wolff, del Instituto Peterson de Economía Internacional: “Si no cambiamos nuestras políticas macroeconómicas, vamos a tener un déficit comercial reorganizado”.

La lucha por mantener la competitividad económica en un mundo interconectado continúa siendo un juego de estrategia en el que las empresas parecen llevar la delantera, mientras las políticas comerciales intentan adaptarse a su ingenio sin precedentes.

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