Corría el año 683 de nuestra era, cuando tras una longeva vida que se estima alcanzó las ocho décadas, el poderoso gobernante de Lakamha’, K’inich Janaab’ Pakal, llegó al final de sus días. Este 2023, cuando se cumplen 71 años del hallazgo de su sepulcro y 1,340 de su fallecimiento, se han emprendido nuevos estudios encaminados a la limpieza físico-química de su lápida.

Como parte del Programa de Mejoramiento de Zonas Arqueológicas (Promeza), el cual impulsa la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), en julio de 2023, expertos desarrollaron una temporada de campo en dicho complejo funerario, ubicado dentro del Templo de las Inscripciones, en la Zona Arqueológica de Palenque, en Chiapas.

A temperaturas de 25 o 28oC y con una humedad de 98% o 100%, el equipo, coordinado por la restauradora Haydeé Orea Magaña y el químico Javier Vázquez Negrete, y formado también por los restauradores Jorge Coraza Borjas y Karen Limón Torres, realizó pruebas para generar una propuesta de limpieza de la lápida de Pakal.

La losa, de 3.80 metros de largo, 2.20 metros de ancho y 25 centímetros de espesor, narra en su iconografía la vida de Pakal y sus ancestros, a la vez que ilustra cómo el personaje desciende al inframundo y renace convertido en una deidad del maíz.

Si bien esta obra esculpida en piedra caliza mantiene un buen estado de conservación y está bajo monitoreo constante –con un sistema de medición de humedad, temperatura y CO2, recientemente renovado con recursos del Fondo de los Embajadores de Estados Unidos–, el paso del tiempo ha producido diversas situaciones, entre ellas, manchas cafés o amarillentas, causadas por las deyecciones de los murciélagos que habitaron la cripta mientras estuvo sellada; asimismo, la humedad favorece que el agua de lluvia que se filtra desde el exterior del templo genere estalactitas y concreciones calcáreas blancuzcas.

Adicionalmente, la cripta ha atravesado por diversos cambios termodinámicos: primero, cuando fue cerrada en tiempos prehispánicos; más tarde, cuando los arqueólogos la descubrieron en 1952; y entre las décadas de 1980 y 2000, cuando se abrió y se cerró a la visita pública, respectivamente.

Durante la reciente temporada de trabajo se usaron compresas de algodón, pulpa de celulosa, arcillas y geles especiales, a fin de revisar qué material será el idóneo para emprender la limpieza de la lápida. “Junto con las compresas agregamos sustancias químicas llamadas secuestrantes, que tienen la capacidad de atrapar un átomo y hacerlo soluble para poder sustraerlo con agua”, explica Vázquez Negrete.

El también profesor en la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM) comenta que se tomaron muestras de las capas de concreciones calcáreas con miras a su limpieza, a la vez que estas pueden usarse para estudiar el paleoclima y conocer cómo ha variado el medioambiente de la tumba a través del tiempo, o qué efectos le produce el calentamiento global actual.

En los próximos meses, dichas muestras continuarán bajo análisis en los laboratorios de la ENCRyM y de la Subdirección de Laboratorios y Apoyo Académico del INAH.

De acuerdo con el restaurador Jorge Coraza, la limpieza de la lápida también requerirá de planteamientos éticos para definir a qué nivel se buscará llegar, ya que, ejemplificó, algunas de esas capas calcáreas actúan también como barreras de protección de los elementos en relieve.

Indagan en la paleta de color palencana

Los estudios hechos en la lápida de Pakal contribuyen a otra línea de investigación, la cual mantiene la ENCRyM con los proyectos de conservación y de arqueología de la Zona Arqueológica de Palenque, centrada en la policromía de la urbe palencana.

Aunque no en todos los edificios del sitio maya se han localizado evidencias de color, por lo que no se puede generalizar, el químico Javier Vázquez señala, como una constante en Palenque, la presencia de rojos para los espacios exteriores y de tonos negros para los interiores.

Este patrón, abunda, también se encuentra en la lápida de Pakal, de allí que, aunque hoy en el monumento predomina el tono claro de la piedra caliza, en aquel año 683, su composición pudo ser bicromática.

“En la cosmogonía maya había muchas dualidades. Esta paleta de colores pudo ser un indicativo de la noche, la muerte y el inframundo para el caso del negro, y del amanecer y la vida para el de los tonos rojos”, finaliza.

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