Alejandro “Alito” Moreno ha conseguido en cinco años lo que ninguna otra dirigencia en la historia del Partido Revolucionario Institucional (PRI): llevar al partido desde una posición prominente a la de un satélite político en declive. Moreno, quien llegó a la dirigencia en agosto de 2019, ha tejido meticulosamente los hilos de su reelección y ahora goza del control absoluto de los órganos de gobierno del PRI, una formación en caída libre.

La transformación del PRI bajo Moreno es notable. Antes de su llegada, el partido ya enfrentaba una de sus peores crisis históricas, con una derrota aplastante en las elecciones presidenciales de 2018 y la pérdida de su mayoría en el Congreso. Sin embargo, el impacto de su liderazgo ha acelerado el descenso del partido. Desde entonces, el PRI ha perdido su relevancia como una de las tres principales fuerzas políticas en México.

Uno de los movimientos más controvertidos de Moreno ha sido la implementación de reformas para perpetuarse en el poder hasta 2032, instaurando la figura de la reelección en la dirigencia del partido. Esta maniobra ha sido vista por muchos como una traición a los ideales democráticos y participativos que alguna vez caracterizaron al PRI. Las críticas no han sido escasas; figuras importantes del partido, como Dulce María Sauri, exdirigente del PRI, han denunciado que Moreno ha maquinado su reelección desde su llegada.

El proceso que llevó a Moreno a la dirigencia no estuvo exento de controversias. Ivonne Ortega, exsecretaria general del partido y contendiente en las elecciones internas, calificó la elección de Moreno como ilegítima, acusando la compra de votos y otras irregularidades. Estas acusaciones, aunque graves, no tuvieron repercusiones significativas en su momento, pero sí provocaron una desbandada de líderes y cuadros priistas, debilitando aún más al partido.

Moreno ha sido implacable en su estrategia de consolidar el poder. Su primera acción fue la “limpieza” de la militancia, eliminando a quienes no estaban alineados con su visión. Esto se tradujo en la exclusión de disidentes de cargos de elección popular en 2021, asegurando así un control férreo sobre el partido. Los resultados de esta estrategia han sido claros: el PRI ha perdido gran parte de su presencia en el escenario político nacional.

El panorama se agrava cuando se consideran los escándalos de corrupción que han salpicado al PRI en los últimos años. Las acusaciones contra figuras prominentes como César Duarte, Javier Duarte, Roberto Borge, Rosario Robles y Emilio Lozoya han deteriorado la imagen del partido. Estos escándalos, sumados a la pérdida de poder político, han sumido al PRI en una crisis de legitimidad y apoyo popular sin precedentes.

Con 95 años recién cumplidos, el PRI se encamina hacia su centenario en medio de un torbellino de dificultades. La debacle iniciada bajo la dirigencia de Moreno parece lejos de resolverse. Las reformas recientes para asegurar su reelección y el control de los órganos directivos indican una consolidación del poder a expensas de la participación democrática y la renovación interna.

En junio de 2022, una docena de expresidentes del partido exigieron la renuncia de Moreno, pero sus demandas fueron ignoradas. En lugar de abandonar el cargo, Moreno consolidó su poder con una asamblea nacional que aprobó las reformas necesarias para extender su mandato hasta 2032. Esta jugada final ha sellado su control sobre el partido, pero también ha profundizado las divisiones internas y ha llevado al PRI al borde de la extinción.

El legado de Alejandro Moreno será recordado como un periodo de declive y control autoritario, en el que las ambiciones personales prevalecieron sobre el bienestar y la renovación del partido. El futuro del PRI, si es que tiene alguno, dependerá de la capacidad de sus miembros para recuperar la democracia interna y restaurar la confianza de la ciudadanía en un partido que alguna vez fue una de las fuerzas políticas más importantes de México.

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