La filtración de más de 20.000 páginas de documentos personales de Jeffrey Epstein volvió a sacudir el corazón político y social de Estados Unidos con una mezcla de escándalo, vergüenza y una incómoda pregunta: ¿cómo logró un delincuente sexual mantener acceso a las élites incluso después de su condena?

El episodio más reciente que reavivó el debate surgió de un gesto aparentemente trivial captado en 2019: la congresista Stacey Plaskett enviando un mensaje desde su teléfono durante el explosivo testimonio de Michael Cohen, exabogado de Donald Trump. Esta semana se supo que el destinatario era nada menos que Epstein, quien le sugería preguntas para interrogar a un empleado de la Organización Trump. Tras su intervención, Epstein le habría respondido: “Muy bien hecho”.

La representante por las Islas Vírgenes —territorio donde Epstein poseía su isla privada y donde, según investigaciones, cometió parte de sus abusos— reconoció el intercambio, pero negó haber recibido instrucciones. Argumentó que el financista era uno entre muchos votantes con quienes se comunicó ese día. Aseguró que el contacto ocurrió antes de su arresto por tráfico sexual, aunque los documentos muestran que para ese momento Epstein ya tenía una condena previa por prostitución de menores desde 2008 y se encontraba nuevamente bajo escrutinio público tras la investigación del Miami Herald.

El caso de Plaskett no es único, y es precisamente la repetición de vínculos lo que subraya el alcance de la red de Epstein.

El “coleccionista de personas”

Los nuevos documentos describen con detalle la estrategia del financista: cultivar relaciones con académicos, diplomáticos, políticos, magnates y figuras prominentes, incluso después de haber sido acusado y condenado. Barry Levine, autor de The Spider, resume la fórmula: poder, información y carisma. Epstein acumulaba datos, hacía favores, ofrecía conexiones, y en algunos casos —según Levine— eso le permitía ejercer presión o chantaje velado.

Entre sus contactos más relevantes destaca Peter Mandelson, influyente político británico que mantuvo comunicación con Epstein hasta 2016. En EE.UU., nombres como Larry Summers —exsecretario del Tesoro y expresidente de Harvard— o el lingüista Noam Chomsky figuran entre quienes intercambiaron correos, favores o visitas con el magnate incluso después de su condena.

Para algunos, la disculpa posterior ha sido inevitable. Summers renunció a compromisos públicos tras la revelación de sus mensajes. Chomsky, de 96 años, defendió su relación señalando que, en su momento, Epstein había “cumplido su condena” y que las normas permitían “borrón y cuenta nueva”.

Trump y Epstein: cercanía, ruptura y distancia estratégica

A diferencia de muchos otros nombres, Donald Trump no aparece en los correos revelados recientemente. La razón: ambos ya habían roto relación años antes. En los noventa fueron amigos cercanos; Epstein afirmaba haber sido “el amigo más íntimo de Donald durante diez años”. Pero Trump asegura que se alejaron a principios de los 2000, y la Casa Blanca afirmó que Epstein fue expulsado de Mar-a-Lago por “comportamiento inapropiado”.

La lejanía pública terminó siendo un blindaje político para Trump, a pesar de fotografías que documentan su relación en décadas pasadas.

Cuando el poder mira hacia otro lado

La gran pregunta que emerge de estas revelaciones no es solo quién habló con Epstein, sino por qué tantos decidieron mantener vínculos con él incluso después de que su historial criminal era evidente.

La respuesta, como siempre en la élite estadounidense, parece dividirse entre conveniencia, indiferencia y fascinación por la riqueza. En el exclusivo ecosistema político-financiero de EE.UU., una condena no fue suficiente para desactivar la influencia del magnate, al menos hasta que el escrutinio público lo convirtió en una bomba reputacional.

Howard Lutnick, secretario de Comercio del presidente, quizá lo dijo mejor que nadie al recordar su primer y último encuentro con Epstein en su casa de Manhattan: “Decidí que jamás estaría en un cuarto con esa persona asquerosa otra vez”.

El contraste es claro: mientras algunos se alejaron de inmediato, otros —por ambición, por cálculo o por simple ceguera— permanecieron orbitando alrededor de Epstein incluso cuando el mundo ya sabía quién era.

Las nuevas revelaciones no solo exponen a individuos, sino también a un sistema entero que tolera, encubre o normaliza la proximidad con el poder, sin importar cuán corrupto o depredador sea quien lo ejerza.

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