La arqueología de salvamento reveló una vez más su trascendencia al permitir el resguardo de la memoria histórica de Tecamachalco, Puebla, mediante la recuperación de material de los periodos Formativo Medio y Tardío (900 a.C. a 200 d.C.) hasta el Posclásico (900 a 1521 d.C.), así como de los siglos XIX y XX, localizado en el subsuelo del Parque Juárez, en el zócalo municipal. 

Como parte del convenio entre el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), órgano de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, y el Ayuntamiento de Tecamachalco 2024-2027, las excavaciones y supervisiones arqueológicas iniciaron el 30 de junio de 2025, durante las obras de remodelación del sitio referido. 

La relevancia de los hallazgos reside en que no se contaba con estudios arqueológicos concernientes a la ocupación prehispánica en esta área urbana, por lo que la preservación de testimonios materiales del pasado reconoce la profundidad histórica de la localidad, refirió la investigadora auxiliar del Centro INAH Puebla, Martha Adriana Sáenz Serdio, titular del proyecto.

Relató que, hasta ahora, se han realizado ocho pozos de sondeo y se tiene previsto uno más, por lo que se espera concluir las labores a mediados del presente mes.

“Tecamachalco es un territorio poco estudiado, ubicado entre el Altiplano Central y Oaxaca; los contextos prehispánicos hallados en el zócalo nos hablan de los primeros asentamientos humanos bajo la ciudad actual, que por su temporalidad corresponden a pequeñas aldeas agrícolas, habitadas, posiblemente, por los antecesores de los popolocas históricos”, puntualizó.

En el sector poniente del parque, las arqueólogas independientes Alicia Torres Porras y Leslie Cruz García identificaron un relleno cultural (depósito de residuos) que contenía abundantes elementos cerámicos asociados a la vida diaria, entre los que sobresalen fragmentos de vajillas, de más de 1,800 años de antigüedad. 

Aunque en el lugar no se encontraron estructuras arquitectónicas, la cantidad de material recuperado es interpretado como desechos de actividades domésticas, lo que revela la manera en que las y los antiguos habitantes de la comunidad utilizaron el terreno.

En las inmediaciones de la estatua de sor Juana Inés de la Cruz, en el ala sur, se localizaron dos fosas circulares excavadas en el tepetate, las cuales fueron rellenadas con ceniza, fragmentos de metate, cerámica, figurillas, navajillas de obsidiana y sonajas esféricas estucadas.

Relativo a estos depósitos, se infiere que pertenecieron a un área doméstica exterior, probablemente un patio, cuyas características podrían hablar de prácticas utilitarias y rituales, como lo demuestran hallazgos similares documentados en Tehuacán y en el sitio La Laguna, en Tlaxcala.

Aunado a los contextos prehispánicos, en el límite norte del parque se registraron materiales históricos, quizás asociados a los “jacalones”, casetas donde se preparaban y vendían alimentos en el siglo XX, entre los que destacan fragmentos de botellas de refresco, fabricadas en las décadas de 1940 a 1960, así como una botella de mostaza, manufacturada en Chicago, Estados Unidos, en los años treinta.

Otros hallazgos significativos fueron un caño de piedra sobre la avenida Juárez, de 0.38 por 0.32 metros, una red hidráulica hecha con tubería de cerámica, de 15 centímetros de diámetro, la cual recorre el parque de norte a sur, y una escalinata de cantera construida en el acceso poniente, en el siglo XIX, con dos peldaños expuestos, de 6 metros de longitud.

Los materiales recuperados colocan a Tecamachalco como un espacio en el que conviven testimonios de comunidades mesoamericanas con restos de memorias del México independiente. Dichos objetos son resguardados y estudiados en un área adecuada y con las medidas de seguridad en el Ayuntamiento, posteriormente se almacenarán para consulta de especialistas en el Centro INAH Puebla.

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