El vlogger japonés Hayato Kato sorprendió a sus casi dos millones de seguidores con un video muy distinto a sus habituales. Tras ver la película Dead To Rights, también llamada Nanjing Photo Studio, habló de la masacre cometida por el ejército japonés en Nanjing en 1937, un episodio que dejó más de 300 mil muertos y al menos 20 mil mujeres violadas según varias estimaciones.
El filme, que retrata a un grupo de civiles escondidos en un estudio fotográfico, se ha convertido en un éxito de taquilla en China, donde este año se estrenará una serie de producciones centradas en la ocupación japonesa con motivo del 80 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial.
Kato relató escenas duras y pidió a sus compatriotas enfrentar ese pasado. “Si lo negamos, volverá a ocurrir”, afirmó en Douyin, la versión china de TikTok. Su mensaje superó las 670 mil reacciones en pocas semanas, aunque muchos comentarios reflejaron un resentimiento persistente hacia Japón.
Para Pekín, la masacre de Nanjing simboliza los horrores de la invasión japonesa y es una herida abierta. Para muchos en Japón, en cambio, la memoria de la guerra se enfoca en la destrucción causada por las bombas atómicas y la reconstrucción posterior, más que en los crímenes cometidos en otros países.
El presidente Xi Jinping ha impulsado una narrativa donde el nacionalismo es central. Ha extendido oficialmente la guerra con Japón a 14 años, desde 1931, y promueve conmemoraciones y películas sobre atrocidades como las de la Unidad 731, conocida por sus experimentos humanos. Mientras tanto, minimiza otros episodios como la represión en Tiananmen.
Aunque Tokio ha ofrecido disculpas en distintos momentos, para millones de chinos no han sido lo suficientemente claras ni contundentes. “No somos amigos, nunca lo fuimos”, dice un personaje en la película, una frase que hoy muchos en China repiten en redes sociales.
La falta de un gesto como el del canciller alemán Willy Brandt en Varsovia en 1970, cuando se arrodilló ante un monumento a las víctimas del nazismo, sigue siendo una deuda simbólica para los críticos de Japón.
La hostilidad entre ambos países se mantiene viva en la política, en las aulas y hasta en la vida cotidiana. Y aunque hubo un momento en los años setenta en que pudieron reconciliarse, expertos coinciden en que ese tren ya pasó.





