Alice Blair ingresó al MIT en 2023 con la ilusión de estudiar informática y contribuir a un desarrollo ético de la inteligencia artificial (IA). Un año después, abandonó la universidad, convencida de que la llegada de la inteligencia artificial general (AGI, por sus siglas en inglés) —capaz de igualar o superar las capacidades humanas— podría significar la extinción de la humanidad.

Hoy trabaja como redactora técnica en el Centro para la Seguridad de la IA y no planea regresar a las aulas. Su temor no es aislado: Adam Kaufman, estudiante de Harvard, también dejó sus estudios para unirse a Redwood Research, organización que investiga cómo prevenir que sistemas de IA engañen o actúen contra intereses humanos. Otros, incluido su hermano y su pareja, siguieron el mismo camino hacia empresas como OpenAI.

Según una encuesta en Harvard, la mitad de los estudiantes teme que la IA afecte sus oportunidades laborales. Para Nikola Jurković, exlíder de seguridad en IA de la universidad, la AGI podría llegar en cuatro años y la automatización total en seis, lo que acortaría la vida útil de muchas profesiones.

Mientras algunos expertos como Gary Marcus ven improbable la llegada de la AGI en el corto plazo, líderes del sector como Sam Altman (OpenAI) y Demis Hassabis (Google DeepMind) estiman que podría ocurrir antes de 2030.

En paralelo, crece la fiebre emprendedora: jóvenes como Michael Truell (Anysphere) y Brendan Foody (Mercor) han dejado universidades de élite para fundar startups valuadas en millones de dólares, convencidos de que la ventana de oportunidad para actuar antes del avance total de la IA es ahora.

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